39- Inicio y evolución de la Sede de Iria Flavia

          La iglesia de Santiago de Compostela surgió como continuación y posterior separación de la Sede de Iria Flavia, que aparece por vez primera en la Historia en el Concilio I de Braga (561), año en que Andrés, obispo de Iria, firma las actas del mismo, figurando por ello como el primer obispo de Iria.

          Hay no obstante indicios, tanto arqueológicos como epigráficos, de que el obispo Andrés no fue el primero, sino que Iria tuvo actividad eclesiástica anterior y en la que Andrés era un continuador más y no su iniciador. Otros argumentan que la sede de Iria fue el traslado de la cercana Aquis Celenis (Caldas de Reis), núcleo romano importante por sus aguas termales, de existencia prerromana, en la Vía XIX de itinerario Antonino como la propia Iria, que sufrió dificultades con los bárbaros ante lo que el prelado de Celenis pudo optar por mudar la sede a Iria, en modo que el Obispado de Celenis pasó la dignidad obispal a Iria.

          Antes del I Concilio de Braga, se celebraron el Concilio de Elvira (Granada) en el año 302, el de Arlés (314), el de Sárdica (342) y I de Toledo (400). Todos en zonas muy lejanas a Iria, más allá de las montañas que separaban Galicia del resto de la Península. No es de extrañar que no asistiera a ellos ningún obispo de iria, como tampoco asistieron a ellos otros obispos de Galicia de los que no hay duda que ya existían. Ciertamente la presencia de un obispo a un concilio constatada con su firma, acredita su existencia, pero su ausencia no permite deducir que su sede no existiera.

          Lo sugerido no es mera especulación, pues tan solo 8 años después del citado Concilio l de Braga, tiene lugar otro en Lugo (569), al que también asistió Andres de Iria, igualmente convocado por el rey suevo Miro (559-570) y en que surgió el documento conocido como Parochiale Suevicum o Divisio Theodemiri.

         Este documento muestra la organización de la Iglesia en Galicia, organización que con pequeños retoques ha llegado a través de los siglos hasta nuestros días. Se trata de un importante manuscrito de la segunda mitad del siglo VI, donde se refleja la organización eclesiástica del Reino de los Suevos, con una relación de 134 parroquias agrupadas en trece diócesis, y aunque este documento solo refleja iglesias pertenecientes al poder episcopal, parece corresponder a una tendencia común de fundación de iglesias y monasterios en gran parte del antiguo Imperio romano, pequeñas construcciones, poco propicias todavía para la reunión de un amplio número de fieles, pero que suponen ya una innegable implantación física de la Iglesia en el territorio.

          No puede aceptarse que Iria estuviera sin obispo hasta el tiempo de los suevos católicos, y había sedes en Parochiale Suevicum que no eran de creación sueva, sino la confirmación y desarrollo de sedes ya existentes, definiendo su competencia territorial y completando con otras de nueva designación. Desde el año 556 era obispo de Braga en el I concilio bracarense, Martín Dumio, a quien se atribuye la conversión al catolicismo de los suevos, labor en la que el citado obispo Andrés de Iria no fue mero testigo sino coprotagonista. En el mencionado Concilio Andrés acreditó mayor antigüedad que Martín Dumiense, es decir que fue consagrado en fecha anterior que él y así figura en el riguroso protocolo conciliar. Es decir que Iria era ya sede eclesiástica antes del propio concilio de Braga y por tanto también antes de la Parochiale Suevicum. No es, por otra parte, creíble que hasta mediados del siglo VI no existiera prelado en Iria y que en el dilatadísimo espacio de Galicia entre Braga y Lugo no existiera otra Cátedra Pontificia hasta la designación de los suevos católicos. No es admisible dada la mucha cristiandad que desde los siglos precedentes había ya en Galicia. El propio priscilianismo (siglo IV), del que se acepta que Galicia abrazó masivamente, habla de la existencia de un cristianismo precedente y por tanto en época muy anterior a los tiempos del I Concilio de Braga. Es decir, la sede Iriense era anterior y debió de ser atendida por prelados precedentes a Andrés.

          En la asistencia de Andrés de Iria al posterior concilio de Lugo, a buen seguro con su protagonismo, se fijó el territorio de la diócesis iriense, que llegó a nosotros consignada en el citado Parroechiale Suevicum. El documento hace una asignación de territorios a cada una de las diócesis del reino suevo. A Iria le asigna los siguientes: Ad lriensem (Sedem); Morracio, Saliniense, Continos, Celenos, Metacios, Merciense s, Pestomarcos, Coporos, Celticos, Brecantinos, Prutenos, Pluzios, Bisaucos, Trasancos, Lapaciengos et Arros, nombres en los que identificamos los de gran parte de los actuales arciprestazgos de la diócesis de Compostela, lo que nos habla de la conexión entre Iria y la futura Compostela.

          No puede asumirse, pues, que Miro fuera el primero en instituir sedes episcopales en el reino suevo de Galicia, sino que se debe interpretar que fue el primero en documentarlo. Parte de la organización eclesiástica gallega ya estaba constituida y lo que Miro hace es dar forma escrita y reglada, ampliando las diócesis eclesiásticas por ser pocas para un territorio tan grande, pero incluyendo en la relación las sedes e iglesias ya existentes, y citándolo los cronistas en modo que parecen de nueva creación. Es sin duda el caso de Iria, ya acreditada como preexistente.

          Iria es un enclave de fundación romana que nacería como centro creado ex novo a mediados del siglo I d.C. Cuenta con una excelente situación estratégica natural, comunicada con el interior del territorio mediante una vía terrestre, de disposición norte – sur, y otra fluvial formada por el puerto del río Ulla, de disposición este – oeste. Son sus excelentes condiciones geográficas las que crean un entorno excepcional para el desarrollo comercial, situado en la vía XIX del Itinerario Antonino, que une Bracara, Lucus y Asturica. Las excavaciones han sacado a la luz una serie de estructuras constructivas que podrían formar parte del antiguo núcleo urbano de Iria, que alcanzó un notable progreso ante lo que Vespasiano (Tito Flavio), emperador romano en el siglo I, elevó a Iria en el año 70 a la consideración de municipio romano y a partir de entonces se le llamó Iria Flavia. Entre los materiales arqueológicos encontrados hay una pequeña escultura votiva de un torito de bronce, que constituye el indicio de culto grecorromano a Serapis en la antigua Gallaecia, como muestra de que Roma adoptaba distintas creencias y las llevaba a distintas partes del imperio. Que allí prosperara un núcleo urbano que fuera objetivo y foco de evangelización cristiana no es una arbitrariedad, pues fue precisamente la infraestructura romana la primera en propiciar la cristianización en los lugares que ocupaba. Los estudios arqueológicos de la iglesia de Santa María de Iria Flavia revelan una sucesión de fases: romano-imperial, tardo-romana, sueva y medieval, con edificación y enterramientos de inhumación, hasta alcanzar un sustrato de destrucción atribuido a la invasión de Almanzor. En este aglomerado romano, nacido en el siglo I, se constata una serie de transformaciones en las que destaca la creación de una necrópolis bajo la actual iglesia de Santa María que Chamoso Lamas (1972) interpreta como los restos del pavimento y otras estructuras constructivas de la primitiva basílica «romano-cristiana»; y después «sueva», parece que dos iglesias, Santa Eulalia y Santa María, que terminan por unirse, y que se construiría sobre un rico edificio romano, probablemente una «domus urbana» (y quizá «domus ecclesia»), en la vía XIX del Itinerario Antonino              El primitivo cementerio cristiano de Iria parece ser en su origen una basílica cementerial donde se honraba a los mártires y santos enterrados allí. Esto explicaría satisfactoriamente la existencia de veintiocho sepulturas de Obispos en aquel sitio, en consonancia con los sarcófagos antropomorfos de granito encontrados y que lamentablemente llevan allí años sin ponerse en valor su significado con la señalización e indicación pertinente; en opinión experta aún queda mucho por descubrir, al considerar que la zona de estudio es mucho más amplia que la considerada en el PXOU (Plan Xeral de Ordenación Urbana) y de no llegarse al fondo del yacimiento por falta de recursos. Muchas de las piezas encontradas en las excavaciones son derivados a distintos museos de Santiago, A Coruña y Pontevedra, en vez de a un mueso propio, y reabrir el Museo de Arte Sacro de la casa de los Canónigos (frente a la iglesia), lamentablemente cerrado al público. En principio, el proyecto es que la rehabilitada casa de los capellanes, en el lateral de la iglesia, acoja el Museo de nueva creación de Historia de Padrón, municipio que incluye hoy el núcleo de Iria Flavia, y el de arte sacro, actualmente cerrado en una de las casa de los canónigos. Supondría la rehabilitación de un enclave emblemático para la Tradición Jacobea que puede convertirse en un punto de referencia para el Camino Portugués a Santiago de Compostela en el Año Santo Jacobeo de 2021.

 

          Los abundantes hallazgos arqueológicos en el subsuelo de la Catedral de Compostela, permiten establecer un vínculo con la sepultura del Apóstol Santiago y con el obispado de Iria, de modo que es posible establecer un nexo de unión entre un extremo y otro, y entender que allí surgiera un pequeño grupo cristiano que guardó el sepulcro apostólico y sus enseñanzas. Nuevamente hay que decir que no es especulación ni leyenda piadosa, sino creencias populares firmemente apoyadas en la Tradición Jacobea y en los hallazgos arqueológicos.

          Los discípulos del Apóstol Santiago, Atanasio y Teodoro, según las tradiciones legendarias, fueron sepultados a su lado en la actual cripta de la Catedral. La inscripción sepulcral del primero de ellos fue descubierta en 1988. Parece obvio que hayan sido los primeros pastores del grupo formado en torno a la tumba de Santiago, los iniciadores de un culto local e iniciadores del primer núcleo cristiano de lo que más tarde sería la diócesis de Iria.

          El Episcopologio Compostelano, debe incluir los obispos de su diócesis predecesora, la diócesis de Iria Fravia, asentando el relato de que la sede iriense no era de comienzo suevo, sino que antecedía a los prelados de los siglos V-IX, con un breve texto que de una etapa anterior: In ecclesia Yriensi fuerunt XXVIII episcopi, qui in eadem sunt sepulti, et vocantur per unum preuelegium corpora Sanctorum, refiriendo a los 28 obispos santos que la tradición atribuía a la sede de Iria en un momento anterior a su primer prelado conocido, Andrés hacia el año 560; estos 28 varones santos habrían ocupado el lapso de la bajorromanidad y primer cristianismo hasta el reino suevo, es decir desde el momento apostólico hasta el I Concilio de Braga, y habrían sido enterrados en el templo de Iria. Esta tradición se formula por vez primera en un memorial gelmiriano de 1134 que restablece la Canónica de Iria: ubi XXVIII pontificum sanctissima corpora sepulta conquiescunt. La noticia fue incorporada a la tradición hasta que en el siglo XV se integró de manera natural en la Crónica de Santa María de Iria, escrita o copiada a mediados del siglo XV por el Presbítero Ruy Vázquez, refiriendo que contense ennos privillegios da Eglleja de Iria que enla son sepultados viinte et oito, os bispos santos.

          Esta tradición de los 28 obispos valora la diócesis iriense como fundada por este primer núcleo cristiano continuador de la evangelización en estas tierras del apóstol Santiago, a partir de la labor continuadora de sus discípulos Atanasio y Teodoro, y la labor ya organizada de una diócesis por la sucesión de estos obispos anónimos hasta llegar al mencionado obispo Andrés como primer obispo conocido de Iria (s. VI).

          El Episcopologio Iriense-Compostelano escrito en tiempos de Don Alvaro de Isorna (1445-1449) sitúa estos 28 obispos en época anterior a la dominación goda sobre Galicia, es decir a época romana y sueva. A pesar de ello hay autores que especulan si estos 28 Obispos fueron los titulares no ya de Iria, sino de otros lugares refugiados allí durante la dominación musulmana. López Ferreiro argumenta que la Iglesia de Iria Flavia dio ciertamente refugio a obispos de otras sedes, pero no en la misma Iria, sino en territorios pertenecientes a ella, dotándoles de rentas para su sustento. Estos 28 serían por tanto los obispos de Iria que de forma ininterrumpida sucedieron la labor de San Teodoro y San Atanasio durante los cinco primeros siglos de la Iglesia. El espacio de tiempo entre el número de obispos daría una media de unos 15 años de pontificado a cada uno, en modo que estos 28 obispos pueden llenar los casi cinco siglos entre los discípulos del Apóstol y obispo Andrés, media que podría ser algo inferior, estimándose en 12’5 años, habida cuenta de que podría haberlos que no hubieran sido enterrado allí por haberse ausentado o por no haber ganado el honor de merecerlo.

          Pasada la puerta principal de la iglesia, entrando por la nave de la epístola, a la derecha la pila bautismal, proponen algunas fuentes que el peregrino debe detenerse al llegar al primero de los pilares que separan la nave principal de la del lado de la epístola. Allí, en el suelo de los primeros pilares están enterrados, junto al altar de San Roque, los cuerpos de los veintiocho prelados de Iria que la tradición considera santos. Al pie de esta misma nave se ve la pila bautismal; en el muro, los altares dedicados a San Roque y a San Pedro de Mezonzo; y en el fondo, el de san Martín. Cerca de este último altar se abre en la pared la capilla fundada en el siglo XVII por don Alonso de la Peña y Rivas, natural de Padrón y obispo de Quito, que es el nombre que la capilla lleva. El altar está dedicado a san Ildefonso.

          La iglesia colegiata de Iria Flavia, conocida como Santa María Adina, es restauración en del siglo XII por el arzobispo Gelmírez, pero sobre estructura muy anterior, de traza romana cuyo inicio se pierde en los principios del cristianismo del siglo I, y que fue derruido por Almanzor en el año 997, por lo que requirió la restauración mencionada de Gelmírez en el siglo XII y posterior reforma en el siglo XVII, bajo el mandato del arzobispo Monroy.

          La diócesis de Iria Flavia fue trasladada a Compostela, con la que compartió durante algún tiempo capitalidad, conocida como Iriense-Compostelana, en tiempos del obispo Dalmacio, cumpliendo la determinación del Papa Urbano II en el Año 1095. Posteriormente se desligaron y mientras Compostela culminó su engrandecimiento bajo Diego Gelmírez, primer arzobispo de Santiago de Compostela al lograr el privilegio de sede metropolitana en detrimento de la iglesia emeritense. La separación de las sedes de Iria y Compostela es una realidad de hecho desde que el obispo Teodomiro y sus sucesores, trasladan su lugar de residencia habitual y de modo continuado a Compostela. Pero en realidad este proceso no constituyó la desmembración de la sede de Iria, ni supuso la creación de otra nueva sede, sino que fue más bien un cambio de denominación, de asentamiento y de estatuto jurídico.

          Los obispos irienses Adulfo I (847-855) y Adulfo II (855-876) adoptan el título de Epíscopus in Loco Sancto. El primer antecedente de separación se da con Adulfo II, quien en 866 solicitó a Roma, por razones de seguridad ante las incursiones normandas, trasladar la sede de Iria al Locus Sanctus (fututa Compostela), a lo que el papa Nicolás I accedió a condición de que Iria mantuviese la condición de cátedra o sede oficial. Surge así la nominación de Obispo de Iria y de la Sede Apostólica que inició Sisnando I (877-920) y mantiene Cresconio (1037-1066). El título no gusta a Roma que se opone por temor a un posible cisma, generando que el Papa León IX excomulgue a Cresconio en el concilio de Reims de 1049. Cresconio se vio obligado a rectificar y reducir el título al de Episcopus Iriensis y entablar negociaciones con la Santa Sede para aclarar que la situación se debe a la dualidad de la sede Iria-Compostela y no al propósito de medrar en jerarquía.

          Iria, en tiempos en que todas las sedes metropolitanas ibéricas estaban inactivas bajo la invasión musulmana, adquirió un prestigio que le concedió preeminencia ante las demás sedes por la fama y veneración hacia la Tumba de Santiago, y la miraban como si fuera verdadera sede metropolitana, pasando a denominarse Iria y Sede Apostólica.

          El obispo Dalmacio (1094-1095), en el Concilio de Clermont de 1095, en el que se convocó la primera cruzada, pidió al Papa Urbano II la exención de dependencia a la autoridad de un metropolitano, pues hasta entonces Compostela no dejaba de ser una sede secundaria de la Iglesia de Iria y como tal, sufragánea de Braga que, aunque estaba entonces inactiva por el dominio musulmán, no tardaría en restaurarse, lo que dejaría a Compostela en una situación contradictoria, con una importancia y prestigio reconocidos en teoría pero que en la práctica carecían de un fundamento jurídico. Accedió el papa a la solicitud de Dalmacio expidiendo la Bula Veterum Synodalium el día 5 de diciembre de 1095, reconociendo la independencia jurídica de Compostela, decretando la extinción de Iria como sede episcopal, y pasando todas sus parroquias, iglesias y propiedades a la iglesia compostelana, heredera total de la de Iria, y quedando exenta de la autoridad de Braga, de la que era sufragánea, y pasando a depender sólo de la Santa Sede, que será quien nombre o confirme a sus obispos.

          En 1120 el papa Calixto II, en la Bula Omnipotentis dispositione, eleva a Compostela a lo calidad de Sede Metropolitana sustituyendo a Mérida, que la había perdido a consecuencia de la invasión musulmana, en modo que Diego Gelmírez se convierte en el primer arzobispo de la sede compostelana.

          Compostela no va a olvidar su origen iriense, y en su máximo esplendor, recién conseguido el grado de arzobispado y sede metropolitana, la Historia Compostelana describe que “Es conocido y sabido por todos, sin la menor sombra de duda, que la sede compostelana, antes del descubrimiento del cuerpo del Apóstol había sido fundada y establecida antiguamente en Iria”. Relata a continuación como tras el cambio de sede, la iglesia de Iria llegó a quedar muy disminuida y llegar a la extrema pobreza, hasta perder incluso el culto religioso, en modo que los pocos clérigos que allí vivían carecían hasta de recursos para alimentarse. El obispo Gelmírez corrigió esta situación restaurando el templo y devolviéndole su perdido esplendor con la concesión de la categoría de colegiata y designando para los servicios religiosos un cabildo de doce canónigos y un prior, disponiendo para esta comunidad rentas comunes suficientes para su alimento y ropa.

          El propio Gelmírez, reconociendo Iria como destino del traslado del Cuerpo Apostólico, mandó restaurar y ampliar la pobre y pequeña iglesia de Santiago a las orillas del Sar, donde según la tradición amarró la barca que trajo el Cuerpo Santo, siendo depositado allí al desembarcarlo de la nave. La amplió a un templo de tres ábsides, la decoró con ricos ornamentos, y la dotó también de rentas para el servicio eclesiástico adjudicado a doce canónigos.

          La Iglesia de Iria pierde su condición de sede episcopal en beneficio de Compostela, aunque mantiene su Palacio Episcopal hasta 1602, quedando reducida primero a Colegiata con cabildo de canónigos y luego a Iglesia Parroquial, que es su situación actual, aunque recientemente se le concedió, con valor honorífico, el nombramiento de Sede Titular, es decir, sedes desaparecidas que se otorgan a obispos cuyo cometido no es presidir una iglesia, sino ocupar cargos de obispos auxiliares o coadjutores, o simplemente como obispos eméritos.

          Hay por tanto una reciprocidad espiritual e histórica entre Iria Flavia y Compostela. Primero porque es en Iria (Hoy Padrón) donde se fragua el hallazgo del sepulcro jacobeo que constituirá el surgimiento de Compostela. Y segundo, porque Compostela, reconociendo sus orígenes, veló por la conservación de estas raíces que son cuna de la Tradición Jacobea en su sentido más completo: lugar de predicación del Apóstol Santiago y cauce histórico y cultural en el hallazgo del sepulcro jacobeo. Con toda razón, Padrón debe ser lugar que viajeros y peregrinos deben tener muy en cuenta. Santiago y el culto jacobeo, no son solo una tumba y una catedral, es también una cultura que influye poderosamente en una identidad cultural y espiritual del culto jacobeo y el finisterre conceptual sean partes de una misma cosa.

          En las inmediaciones de la Iglesia de Iria hoy pueden verse, como parte de su largo pasado, varios sepulcros antropomorfos, lápidas, estatuas medievales y otras piezas. Frente a la fachada de la Colegiata se sitúan las casas de los canónigos, en la actualidad ocupadas en buena medida por la sede de la Fundación Camilo José Cela. Formando parte del atrio de la iglesia está el Cementerio de Iria o de Adina, cantado por Rosalía en sus composiciones, y en donde estuvo enterrada la popular escritora gallega, luego trasladada al Pabellón de gallegos ilustres de Santiago de Compostela. En dicho cementerio reposan hoy los restos de uno de los más ilustres literatos, Don Camilo José Cela, quien reposa debajo de una enorme piedra a la sombra de un precioso olivo, tumba sellada con una losa de granito de Padrón en la que tan sólo figuran su nombre, su título, Marqués de Iria Flavia, y las fechas de nacimiento y muerte.

Fuentes Consultadas:

-Cebrián Franco, Juan José. Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela. Instituto Teológico Compostelano 1997.

-Cebrián Franco, Juan José. “Dos mil años de sucesión Apostólica en Iria-Compostela”. Revista Compostela nº 8, Enero de 1996, pág. 6-7.

-Chocheyras, Jacques. Ensayo histórico sobre Santiago en Composela. Editorial Gedisa 1999. Barcelona, pág. 202.

-Flórez, Enrique. España Sagrada, Tomo XIX, cap. V, pág. 48 y 49. Cap. VI, pág. 62 y 110

-Historia Compostelana. Edición de Emma Falque Rey. Akal 1994, pág. 556-558

-López Alsina, Fernando. La ciudad de Santiago de Compostela en la Alta Edad Media. Santiago. 1988, pág. 110.

-López Ferreiro, Antonio. Historia de la S.A.I. Tomo I, cap IX, pág. 357 ss.

-Martín Fernández Calo. Contribución de dos textos eclesiásticos tempranos para el reconocimiento de la administración romana de la Callaecia en el siglo III”, Pyrenae, 48/1 (2017), pp. 115-136.

-Martín Fernández Calo. Plinio, o Parroquial Suevo, e a evolución estrutural do poder local galaico na Antigüidade. Gallaecia, 34 (2015), pp. 175-207.

-Millán González Pardo, Isidoro y Blanco Freijeiro, Antonio. “Hallazgo en el mausoleo del Apóstol del título sepulcral griego de su discípulo San Atanasio”. En Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo CLXXXVI, cuaderno II, pág. 209-220. Madrid 1989.

– Millán González Pardo, Isidoro. Autentificación arqueológico-epigráfica de la tradición apostólica jacobea, El Camino de Santiago, Camino de Europa. Curso de Conferencias El Escorial 22-26 VII 1991, Xunta de Galicia, págs. 45-105.

-Sánchez Pardo, José Carlos. Iglesias y dinámicas sociopolíticas en el paisaje gallego de los siglos V-VIII. Hispania, 2013, vol. LXXIII, nº. 243, enero-abril, págs. 11-50.

-Evidencias materiales de la actividad comercial romana en Iria Flavia (Padrón, A Coruña): las sigillatas. María del Carmen López Pérez, Luis Francisco López González, Yolanda Alvarez González. Localización: Gallaecia, Nº 18, 1999, págs. 239-264.

-Organización eclesiástica y social en la Galicia tardoantigua. Una perspectiva geográfico-arqueológica del Parroquial Suevo. Hispania Sacra, LXVI 134, julio-diciembre 2014, pp. 448-450

-Nueva marca sobre tegula procedente de Iria Flavia (Padrón, A Coruña). Erik Carlsson-Brandt Fontán, Verónica del Río Canedo. Universidad de Santiago de Compostela, Dpto. de Historia I. ex/officina/hispana boletín. 07 abril 2016, pp. 21-23

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