EVOLUCIÓN DEL SEPULCRO E INICIO DEL CULTO LOCAL

       Cabe describirse aquí cuatro fases reconocibles arqueológicamente, dentro de una secuencia en la que desde un mausoleo pagano se llega a una necrópolis paleocristiana, conforme a un proceso dinámico que se instaura en el transcurso de dos siglos.

          La primera es la fase de Mausoleo romano pre-cristiano, a inicios o mediados de siglo I. Se trata del panteón funerario de la noble hispanorromana “Atia Moeta” y de su familia, tal como escribe el título sepulcral del mausoleo (que luego veremos con más detalle). A partir de cierto momento cronológico, acepta el enterramiento de un personaje emblemático compatible con el Apóstol Santiago.

          La segunda es la fase de Cristianización e inicio de culto sepulcral, a inicios y mediados del siglo II. Las sepulturas de los personajes identificados como el apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro, pasan a ocupar la prioridad del mausoleo y se le sitúa en el lugar preferente del edículo, y en la parte superior del edículo se instala un altar en donde se les rinde culto, altar que se conforma a partir del que fue el título sepulcral inicial mencionado. Es decir, lo que era un mausoleo privado, se convierte en templo cristiano de culto colectivo.

          Sigue una fase de Ocultamiento entre mediados y finales del siglo II. Como medida de seguridad, protección y defensa, se cubre el edículo a través de un muro envolvente abovedado de sillería, e incluso mediante la construcción de un muro de contención del terreno alineado con el mausoleo, se provoca el ocultamiento bajo tierra de parte o todo el edificio, lo que genera la proliferación, espontánea o provocada, de vegetación abundante que deja soterrado el conjunto.

          Finalmente una fase de necrópolis paleocristiana. A finales del siglo II surgen las primeras tumbas y a partir del siglo III se suceden los enterramientos cristianos hasta el siglo VII, en que se suspenden debido a despoblación (hambruna, enfermedades), que menoscaba la actividad local y sumerge el lugar en el seno de una espesa vegetación y consecuente “olvido” donde permaneció durante siglos oculta hasta el momento de su descubrimiento y popularización. Se suceden en el tiempo sepulturas romanas primero, suevas luego y medievales después, en donde sorprende la existencia de elementos comunes que hablan de un culto común que se transmite:

1º todas las sepulturas están orientadas con las cabeceras al oeste y los pies al oriente.

2º todas son de inhumación, sin vestigio de depósitos cinerarios (común en otros modos funerarios antiguos).

3º ausencia  de símbolos y enseres paganos: útiles metálicos piezas ornamentales, monedas o ajuar funerario.

4º los cadáveres yacen extendidos en posición supina, cruzando las manos sobre el abdomen.

La convergencia de estos datos, sistemáticos a través de los siglos, sugiere un origen cristiano de la necrópolis, desde las más antiguas sepulturas.

 

La convergencia de los datos del edículo y su entorno, ahora bajo el suelo de la catedral, confluyen en un culto paleocristiano centrado en la veneración de un personaje emblemático desde el siglo I.  ¿Como podemos explicar un cementerio cristiano en la Galicia Antigua?.

          Como señaló el P. Kirchsbaum en Roma, es extraño que a pesar de la duración del trabajo crítico y del crecimiento de la oposición, nadie hasta hoy ha logrado dar una explicación satisfactoria del fenómeno compostelano, que no fuese la del núcleo esencial de la Tradición.