Enclavado en las estribaciones del Camino Portugués a Santiago de Compostela y vinculado a la leyenda del Apóstol Santiago y de la mítica reina Lupa, está este recóndito lugar, uno de los yacimientos arqueológicos más relevantes de la comarca de Santiago y merecedor de mayor atención de las instituciones. Es el llamado Castro Lupario, una arcaica fortaleza cuya fundación se sitúa en tiempos remotos de la historia local, y conocido también como castro de Francos o de Veca o de Faramello, como también se le llama por topónimos de lugares que están a su falda.
A unos doce kilómetros de Santiago y a unos ocho de Padrón, entre los términos municipales de Teo, Rois y Brión, dominando el entorno de los valles del Sar y del Tinto, hay un monte de mediana altura, cubierto de espesa vegetación y con unos ciento cuarenta metros de altitud y novecientos metros de circunferencia con cierta forma de herradura y con una meseta en su parte alta de una hectárea y media de superficie cuyo recinto es conocido también como “Eira dos Mouros”. La falda occidental es profunda y muy escarpada, lo que hace muy difícil la ascensión por aquella parte, por lo que debe acometerse por su ladera norte en una subida algo fatigosa pero que puede hacerse con relativa facilidad acometiendo su exigente subida, siempre que el estado de la vegetación lo permita, hasta su cima, un paraje solitario que guarda restos todavía imponentes de una muralla que rodea el contorno casi circular de su meseta, y que aunque algo desportillada en algunos tramos, ofrece unas formidables proporciones que llega hasta dos metros de espesor y más de cuatro de altura.
Se trata muy probablemente de un Oppidum céltico o íbero, como otros ejemplares de la región, que debió ser capital de los Amaaeos o pobladores del valle de la Amaía, pues se trata de la principal fuerza existente entre otras de la comarca. Consistía en una primitiva forma de organización tribal que constituía una unidad defensiva y social.
Con la conquista se convirtió después en fortaleza romana, quizás un castro o præsidium en donde estuviese alojado un destacamento de algunas de las dos legiones (quizás de la VI, Victrix) que guarnecían a Asturias y a Galicia. Así lo acreditan trozos de ladrillo romano y terra sigillata que se ha encontrado sobre el terreno, así como por la vía romana empedrada que rodeaba su base, que comunicaba con la que iba desde Iria hasta Asseconia pasando al pie del Picosacro o monte Ilicino, atravesando un puente de un solo arco, cuyo esqueleto se mantiene todavía sobre el riachuelo de Padarela, el río Tinto, que baña las estribaciones del Castro Lupario y que el vulgo aún llama dos Mouros.
Hay por tanto un esquema de comunicaciones que hace comprensible y viable los movimientos que hubieron de efectuar los discípulos apostólicos en búsqueda de un lugar adecuado para la sepultura de su maestro, para atravesar el valle de la Amaía, acceder al Pico Sacro, y tomar la vía romana per loca maritima, que atravesaba el Tambre entre Ons y Negreira y se dirigía hacia la costa de Finisterre; en definitiva, que los desplazamientos e itinerarios propios que conectan los topónimos de lugar mencionados en el relato de la Tradición Jacobea, encajan y responden bien con la distribución geográfica lógica y asumible ya desde los primeros momentos de la era cristiana.
En el primer periodo de la Edad Media parece que tuvo allí su residencia el Comes o regio mandatario de la Amaaea, en que se levantó una fortaleza interior que conservó durante varios siglos una Torre central, llamaba Torre de Sixto, topónimo de una localidad limítrofe, y que es citada en algunas referencias escritas, como la del padre mercedario Juan de Azcona en 1532, o Mauro Castellá que visitó el famoso Castro a principios del siglo XVII y en su Historia del Apóstol Santiago nos deja una notable descripción que nos da buena idea de las proporciones y la relevancia del lugar:
“Residía Lupa en un Castillo, y fortaleza suya, rodeado de gruesa muralla, que aún tiene doce pies de ancho en algunas partes, dentro de la cual hay tanta capacidad, que cabe un escuadrón de cuatro mil hombres, y mas: aún hay hoy día grandes pedazos de ella, en partes tiene altura de una pica (que quiere Dios conservar estas memorias por honor de su apóstol). Tenía el Castillo en medio de esta plaza, cuyos cimientos se ven ahora, y desde la entrada de la primera muralla se iba a él por una calle estrecha de ocho pies de ancho, hecha de uno y otro lado con gruesa muralla. Estaba esta fuerza y están estos vestigios en un sitio fuerte que ocupa la corona de un alto cerro, a dos leguas de Iria, junto a Francos, a mano izquierda del camino que viene a Compostela, de la cual dista otras dos, llámanle ahora Castro Lupario, como le llamaban antiguamente, y este nombre ha conservado siempre, como se halla en la historia Compostelana, y en muchas escrituras de la casa Apostólica. Ha tenido y tiene este nombre, porque fue de la Señora Lupa. De poco tiempo acá por una ermita que fundaron en él los comarcanos de la vocación de San Antonino, le llamaban también Castro de San Antonino”.
Ciertamente, está documentada la existencia de una parroquia en la Edad Media conocida como San Antonino de Castro, lo que originó también el nombre de castro de San Antonino. Fue una de las iglesias que recibió diego Gelmírez de su hermano Munio. En 1635 el visitador diocesano ordenó su demolición por estar en estado ruinoso, y mandó que se pusiera una cruz en su lugar.
La tradición nos dice, por tanto, que allí estuvo emplazado el Palacio de la Reina Lupa, que en él residía habitualmente, por lo que era conocido con el nombre de Castro Lupario. Así lo cita ya el Códice Calixtino en el siglo XII, como testimonio de que se trata de un lugar arcaico con raíces culturales populares en el que subyace un fondo de historicidad. Desde allí es donde cuenta la leyenda que recibió a los apóstoles que acudieron a la autoridad del lugar en su propósito de buscar una sepultura para el cuerpo de su maestro.
Cuando Antonio López Ferreiro estuvo allí por primera vez, hacia fines del siglo XIX, todavía existían algunos restos del castillo que describe Castellá Ferrer, aunque en estado de ruina y era identificable y medible la estructura de la torre que se elevaba en el centro con unas medidas de 69 pies en largo y 39 en ancho. Detectó incluso una especie de torreón que defendía la entrada del muro exterior abierta hacia el norte del castro, cuyo perímetro interior era de unos 600 metros. Solo unos pocos decenios después de aquella descripción y por el absoluto abandono de aquellas ruinas, desapareció todo vestigio de la misma, de modo que no queda una sola piedra de dicha Torre y menos aún del castillo y las estructuras interiores del castro.
Por tanto del Palacio o Fortaleza que había en el recinto amurallado nada se conserva, aunque es de suponer que sus cimientos y algunos restos se hallen soterrados o cubiertos por el espeso manto del espinoso tojo y maleza que crece en toda la planicie y laderas, a veces tan intensa y tan densa que impide su acceso o lo dificulta muchísimo, generando en alguna ocasión la realización de intenso desbroce y agresivos cortafuegos, motivo de polémica y protesta. Servidor intentó la subida al lugar en junio de 2015 por su lado norte, y solo pude llegar a la base del otero por hacer imposible el ascenso un tupido manto de agresivos tejos.
Fernando Acuña Castroviejo y Milagros Cavada Nieto realizaron la excavación mejor documentada que se conoce y que realizaron en 1970. En el interior observaron que su amplia plataforma central estaba cruzada por varios muros, restos sin duda de antiguas construcciones, quizá el castillo y torre citados. A la derecha de la entrada y por la parte exterior de la misma detectaron un saliente rodeado de pequeños muros que podrían corresponder al torreón defensivo que señala López Ferreiro. Y confirmaron la existencia de los cimientos de una construcción rectangular con unas dimensiones de casi setenta metros de largo por cuarenta de ancho compatible con el palacio o fortaleza de la que hablan distintos relato. También encontraron gravados rupestres, esculturas, cerámicas y monedas, que descubren, dentro del contexto en que se hallaron, la relevancia del lugar.
Merece compendiar estos hallazgos hoy en dispersión museística o de localización ignorada. Utilizada en la muralla del castro como elemento constructivo, sobre una piedra de granito rectangular, se halló un petroglifo en cuatro círculos concéntricos con una pequeña cazoleta central y dos líneas radiales que salen del centro de la composición. Se ha encontrado la escultura de una cabeza humana esculpida en una pieza de granito de 22 cm de ancho, 27 de largo y 20 de grosor, un trabajo tosco con predominio de trazos curvos, que muestra rostro ovalado donde solo aparecen los rasgos de la cara, con cejas marcadas, ancha nariz, y boca de amplia hendidura e indicios de lo que pudiera ser un bigote. Su uso, poco claro, podría tratarse de trofeo, representación de deidad, ornamental o valor funerario. Se han recogido fragmentos de cerámica de diversa época y significado funcional, como tejas, ladrillos y otros usos. Se han localizado dos piezas de indudable interés situadas encima del muro que se levanta en las inmediaciones de la entrada al recinto castreño y que permanecen allí. Se trata de dos piezas de granito de forma irregular, con una perforación cerca de sus extremos y cuya finalidad podría ser la de anclaje de alguna puerta o cancela. En el terreno numismático se han encontrado unas cuantas monedas y un medallón aparecidos a mediados de 1970. Las monedas, en número de diez o doce, constituyen un pequeño “tesorillo” de piezas todas diferentes e inusuales en otros yacimientos, y que abarca un amplio periodo cronológico, desde la de Tyche de Antioquía, en la actual Turquía, del año 312 antes de Cristo, hasta el as o Dupondio de Crispina Augusta del año 180 de Roma, o una pieza de la Urbs de Roma de la época de Constantino de la Ceca de Roma de 330-331. La fecha de ocultación de estas monedas puede fijarse hacia mediados del siglo IV.
Excelente resenha e lição histórica.
Gracias…