31- Bernal de Bonaval y el amor platónico

          Bernal de Bonaval fue un trovador gallego de la primera mitad del siglo XIII, uno de los pioneros y más destacados poetas de la lírica galaico-portuguesa. Oriundo de Bonaval, se le considera natural de Santiago de Compostela ya que en sus obras cita con frecuencia el monasterio compostelano de Santo Domingo de Bonaval. Y como poeta galaicoportugués se le consideraba un segrel, es decir un trovador que no ejercía solo por amor al arte sino por dedicación  profesional, obteniendo dinero por la interpretación de sus composiciones;  era casi siempre el caso de infanzones pobres o gente de la baja nobleza, o sirvientes o escuderos de los nobles, habituados como ellos a sus formas y modos, pero  de recursos limitados. No obstante llegó a ser uno de los poetas preferidos y galardonados en las cortes castellanas de Fernando III y Alfonso X, en las que era asiduo, fraguándose allí su prestigio poético.

          En las cortes poéticas, primero de Fernando III y luego de Alfonso X, se prefería el gusto versificador de los poetas galaicoportugueses, más que las tendencias de los trovadores occitanos de la Provenza y su moda tan extendida, precisamente en buena medida a través del Camino de Santiago. Había una tendencia estilística propia que se expresaban en fórmulas menos rebuscadas y más directas, pero cargadas de una afectividad muy viva.

          El propio rey Alfonso X dijo de él, en una cantiga, que parecía haber aprendido su arte del mismísimo demonio, reconociendo en él  unos cánones poéticos autóctonos, propios de un una lírica preexistente a la influencia provenzal. Así se expresó en unos versos dirigidos a Pero da Ponte y reconociéndole como precedente de esa tendencia estilística: 

Vos nos trobades como proençal

Mais como Bernardo de Bonaval

Por onde non e troubar natural

pois que o dél o de demo aprendestes

          De este modo es legítimo entender que Bernal de Bonaval componía en un estilo pre-trovadoresco autóctono, lejos de los cánones provenzales, y que era pionero en ello, generando incluso cierto estilo y escuela.

          Su legado poético se conserva en los cancioneros, en donde se guardan ocho cantigas de amigo, diez cantigas de amor y una tensón (debate entre dos trovadores).

          Un género en el que Bernal de Bonaval destacó especialmente fue en el de las Cantigas de amor. Se trata de un género poético centrado en el amor cortés apasionado que siente un  caballero por su dama, amor que por alguna razón no explícita, no es correspondido o se trata de un amor imposible que se idealiza en tono de lamento. El enamorado rinde vasallaje feudal a su amada, hasta el punto que el modo de dirigirse a ella es el de “senhor”, que tiene aquí el valor pseudónimo de servicio a la dama que se ama sin esperanza de obtener compensación afectiva.

          Es el caso de una cantiga que es verdadera obra maestra en su género y que a menudo se cita como ejemplo de cantiga de amor, y que se identifica por su primer verso:  A dona que eu am’e tenho por senhor.  Se trata de una cantiga compuesta por cuatro estrofas de tres versos cada uno, del cual el tercero es un verso fijo que encierra y reafirma una convicción general, y que en este caso es la de preferir la muerte por mediación de Dios que la carencia del ser amado.

CV 660, CBN 1003

A dona que eu am’ e tenho por senhor

amostrade-mh-a, Deus, se vos en prazer for,

se non dade-mh-a morte.

A que tenh’ eu por lume d’ estes olhos meus

e por que choran sempr’, amostrade-mh-a, Deus,

se non dade-mh-a morte.

Essa que vós fezestes melhor parecer

de quantas sey, ay, Deus!, fazede-mh-a veer,

se non dade-mh-a morte.

Ay, Deus! que mh-a fezestes mays ca min amar,

mostrade-mh-a hu possa con ela falar,

se non dade-mh-a morte.

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La dama que yo amo y tengo por Señor,

Dios mío, mostrádmela, así me hacéis favor

si no, dadme la muerte.

La que tengo por lumbre de estos ojos míos,

que lloran sin cesar, mostrádmela, Dios mío,

si no, dadme la muerte.

Ésa que Vos hicisteis de mejor parecer

de todas cuantas hay, hacédmela ver

si no, dadme la muerte.

Ésa que más que a mí me hicisteis amar,

mostrádmela, ¡Ay, Dios! porque le pueda hablar,

si no, dadme la muerte

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