La obra de Ofelia Rey Castelao, catedrática de Historia Moderna (USC), titulada “Los Mitos del Apóstol Santiago”, que se autopresenta eufemísticamente como obra que no pretende provocar sino construir un laberinto mítico en torno al apóstol Santiago, es un rechazo de la Tradición Jacobea: el fenómeno iniciado en Iria y desarrollado en Compostela es un engaño milenario sustentado en una cadena de falsedades. Por extensión es también una negación de los fundamento de la peregrinación a través del Camino de Santiago. Se trata de la adjudicación secuencial de una serie de adjetivos interpretativos sobre la figura del Santiago Apóstol.
Nada más empezar la obra inventa los dos primeros mitos: el bibliográfico y el intocable. Lejos de sus afirmaciones, la bibliografía de los últimos tiempos no solo admite crítica sino que cuestiona sin reserva y construyen teorías contrarias. Lo jacobeo ha sido muy analizado y la autocrítica más severa surge ya con el cardenal Baronio en el siglo XVI en los “Annales Ecclesiatici”. Ya Guerra Campos elaboró un amplio listado de obras y autores que estudian la Tradición Jacobea y hasta refiere las obras que valoran favorable o desfavorablemente la cuestión. Lo jacobeo ha sido, en definitiva, muy analizado y cuestionado, no tiene nada de intocable, sino ampliamente analizado y más bien manoseado.
En el capítulo epicentro del mito la autora prejuzga lo jacobeo como montaje eclesiástico. Dice que se sabe poco de Santiago, lo que es algo genérico en los personajes antiguos. La autora acepta la superada hipótesis del silencio y asume el tópico de la interpolación en la obra de San Isidoro “De Ortu et óbitu patrum” cuando hoy se acepta que la obra no fue interpolada sino que es de paternidad isidoriana; viendo en la reedición del Adopcionismo de Elipando la conveniencia asturiana de marcar distancias con Toledo, dibuja a Beato de Liébana como transmisor del engaño. Recrea la aparición del sepulcro como un acto conveniente y oportuno, fruto de la revelación fraudulenta, sin citar que un siglo antes del descubrimiento de la tumba jacobea autores como Aldhelmo de Malmesbury y Beda el Venerable, inspirados en el Breviarium Apostolorum, ya hablan de la predicación de
Santiago en Hispania, y señalan que sus restos fueron enterrados en sus últimos límites frente al mar británico, que baña las costas de la Britonia lucense (San Martín de Mondoñedo) que la autora lleva erróneamente a la Bretaña Francesa. Habla de compadreo entre Teodomiro y Alfonso II, aunque la arqueología acredita culto sepulcral en el mausoleo romano del s. I. La Tradición Jacobea es cuestionable, sin duda, pero la autora no cuestiona, sino que prejuzga falsedad y engaño, y se alinea en la postura de quienes solo ven complot histórico, y la oportunidad de unas reliquias de primer orden son motivo para que se alineen en un bando monjes, prelados, políticos, reyes, militares, peregrinos de toda condición, y los documentos de distintos momentos históricos, sean interesados, falsos, equivocados, o manipulados. Y todos coordinan una mentira a lo largo de los siglos transmitiéndose consignas que encubran el montaje sin resquicios, indetectable a la arqueología y a la Historia, sin que hoy día sea posible desmentir la Tradición Jacobea, ni siquiera con la aportación de su desglose de los mitos del Apóstol.
Inventa el mito oscilante desde el brillante argumento de que la política monárquica no fue homogénea a lo largo de la historia. Desde su afán fragmentador de lo jacobeo, todo es fruto de componendas políticas. Los intereses políticos siempre han sido una constante en la Historia de todos los tiempos, más aún en una España lejos de estar unificada. Pero la perspicacia de la autora detecta falta de homogeneidad monárquica cuando habla de un espacio histórico que abarca desde Alfonso II en el siglo IX hasta Felipe V en el siglo XVIII.
En la actitud de los Papas descubre un mito confuso. Lo cierto es que no hay nada de mito en el complejo proceso de tres siglos de llevar la sede oficial de Iria a una Compostela, inexistente antes del hallazgo sepulcral hasta llegar a sede metropolitana y objetivo de peregrinación de la Europa cristiana.
Recrea luego un mito político a partir de lo que es más bien es una cuestión militar. Santiago se convierte en emblema y arenga de tropas, dentro del extenso proceso de siglos, en donde no es el primero ni el único personaje con pedigrí de matamoros; el reino de León invoca a Isidoro de Sevilla, mientras los castellanos invocan a San Millán de la Cogolla, según tradición previa al descubrimiento del sepulcro; cada ejército tiene su patrono al que rinde tributo en forma de Voto, entonces fórmula común en forma de ofrenda, adoptada por una colectividad como un compromiso adquirido por juramento o pacto que implicaba una obligación de cumplimiento. Santiago se impone en ese terreno a finales del siglo XIV, cuando la tradición tenía más de cinco siglos de trayectoria, con una Reconquista muy avanzada, dando pie a una España cuyas guerras encuentran en el apóstol Santiago un estandarte adecuado por razones militares. Aun así, en el s. XVII San Millán vuelve a ser proclamado Patrón de Castilla y co-patrono de España. Invocar el mito del matamoros como montaje pro-reconquista es una ilusión que dio mucho al patrimonio artístico pero que nada tenía que ver con las raíces medievales de la Tradición Jacobea. 
Santa Teresa fue propuesta co-patrona para apoyar su canonización y potenciar sus méritos, pero no para descabalgar a Santiago. El debate abierto lleva a valorar los méritos de una y los desméritos del otro, las apologías de la labor misionera de una y la belicosidad del otro, lucha por la primacía que nunca fue propuesta como cambio de patrono. Como resultado se restituyó a Santiago como patrón único y en desagravio Felipe IV instituyó la Ofrenda Nacional. Pero la autora no pierde ocasión de inventar el mito en entredicho.
En contra de tratados como los de Huidobro o Vázquez de Parga, Ofelia Rey Castelao en las masivas peregrinaciones medievales no ve diferencia entre peregrino y viajero, y cuestiona la peregrinación como fenómeno relevante. No había registro de peregrinos, cierto, como no los había de nada, pues los hábitos de registrar no existían aún, no es desmérito eclesiástico sino carencia de la época… pero la autora percibe deficiencias de ayer con criterios de hoy. La Historia de las Peregrinaciones acredita que el medievo fue época de esplendor y que el modernismo tuvo sus oscilaciones lógicas, pero siempre estuvo muy presente. Pero la autora, en su línea, crea mitos a conveniencia.
Construye a continuación un mito itinerante, donde la autora devalúa la llegada del peregrino a Santiago precisamente en su fase de apogeo (S. XII). Argumenta para ello el sistema feudal, el crecimiento demográfico y económico, la estabilidad política, las nuevas inquietudes religiosas, y el despliegue propagandístico de Gelmírez, que parece más bien una valoración peyorativa de la labor del primer arzobispo compostelano. Según la autora, en la creación de hospitales no se pensaba en el peregrino sino en transeúntes, y las exenciones de tributos y la protección jurídica tampoco estaban destinadas a ellos. El reclamo popular de protección se denunció ya en el Liber Sancti Iacobi (S. XII), traduciendo el abuso hacia el peregrino y su necesaria protección, pero Ofelia Rey Castelao propone con desparpajo que las medidas eran destinadas a la población itinerante.
Más mitos saca de la chistera, y ahora toca el mito ingenuo, capítulo con mucho de interpretación e infravaloración. Según la autora el gran contingente de supuestos peregrinos era a expensas de desertores, buhoneros, trajineros, vividores, vagos, vagabundos, mendigos, maleantes, defraudadores del fisco, traidores… El Camino parece que llamaba sobre todo a gentes de crédito sospechoso o de manifiesto mal vivir. Ciertamente había gente así para obtener favores y beneficios destinados a los verdaderos peregrinos que componían el cuerpo de caminantes. Ya Sebastián de Covarrubias Orozco en su “Tesoro de la lengua castellana” de 1611, define este tipo de sujeto con el término gallofo. Peo la perspicacia de la autora no alcanza a visualizar a los peregrinos a los que se buscaba proteger con medidas jurídicas, acreditaciones, salvoconductos, que obligase a los falsos peregrinos a ser eliminados de los caminos de peregrinación. Entre los siglos XV al XX para Rey Castelao los que peregrinaban eran diplomáticos, militares, eclesiásticos, médicos, patricios, comerciantes y mercaderes, sosteniendo, contrariamente a como lo hace Robert Plötz, que no había culto arraigado sino que ésta era la población representativa de los viajeros a Compostela, cuya motivación era salir de su tierra, vivir aventura, conocer lugares, y de paso obtener alguna indulgencia. Ir a Compostela era lo de menos. Una generalización unilateral tan tendenciosa que creo obligado el término «inaceptable».
En el mito asistencial, argumenta que los hospitales y centros de asistencia atendían a todo tipo de enfermos locales, extranjeros o transeúntes, sin saberse ni valorarse, según Ofelia Rey, si eran o no peregrinos. Afirma incluso que la asistencia fue un reclamo impulsor de las peregrinaciones, que las cofradías eran asociaciones ajenas al camino y a la peregrinación, sin nada que ver con el culto jacobeo; que los hospitales no estaban en zonas de paso hacia Compostela, que los monasterios pasan de dar la sopa boba a los peregrinos a dar una asistencia descuidada, y que todo eran interpretaciones propagandísticas… Caso omiso de la autora al Códice la Pretiosa, de la Colegiata de Sª Mª de Roncesvalles, emblemático hospital que ya en el siglo XIII ensalza los valores y calidades de un hospital medieval expresamente levantado en el Camino de Santiago para la asistencia a los peregrinos que afrontaban las duras exigencias de la travesía pirenaica. O el
Hospital de peregrinos de San Juan de Acre, institución fundado en 1185 expresamente como institución para la recepción de peregrinos en el camino hacia Santiago de Compostela, representando en su día la frontera entre la zona cristiana y musulmana. Lamentable capítulo en que la autora se contradice y niega una de las esencias básicas de la peregrinación. Le sobra incomprensión de lo que es el Hecho Jacobeo, desde luego en época medieval, pero también en el modernismo, que es su ámbito histórico.
En el mito desconcertante del final del camino de un peregrino confuso y manipulado, plantea la temática de la confusión de los Santiagos, el fraude en la autenticidad de los restos, el overbooking europeo de reliquias jacobeas en donde convierte en ciertos o falsos los argumentos según criterio personal e interpretativo, y narrando algunos pasajes con imprecisión unas veces, y con datos erróneos otras que, muy lejos de aclarar nada, reflejan el propósito personal de desmerecer la Tradición Jacobea y la peregrinación compostelana.
En el mito universal
, según la autora, Iria-Compostela no fue apenas ataca por los vikingos, aunque muriera en esas contiendas multitud de irienses y compostelanos y su Obispo Sisnado; ni fue objeto de atención de las razias musulmanas. La cierto es que Compostela se vio en la necesidad de levantar una defensa estratégica desde su fundación y sobre todo por iniciativa de sus obispos Cresconio y Sisnando II, que luego perfeccionó Diego Gelmírez con una flota naval y estrategia de fortalezas y puestos de defensa y vigilancia creadas para prevenir los ataques sarracenos y normandos. Y el ataque de Almanzor para desprestigiar al mundo cristiano ante el prestigio de las populares peregrinaciones a la tumba del Apóstol Santiago parece que fue una anécdota histórica omisible. Según la autora Compostela hubiera crecido igual sin lo jacobeo; su crecimiento fue fruto del comercio y el consumo, especialmente de productos de lujo. El desarrollo urbano de Compostela se pinta como puramente mercantil ajeno a las peregrinaciones. La visión histórica que plantea este capítulo es reduccionista y unidireccional, incluso en el intervalo modernista. Cuanta inventiva y manipulación veo en este capítulo.
La casa del mito, la catedral, según la autora, fue de construcción lenta, lo que por un lado era un tanto común en todas las catedrales europeas. Pero el caso de la fase de construcción románica de la catedral compostelana fue singularmente ágil, acorde con el afán constructivo del obispo Gelmírez, pues inicia en 1075 y finaliza en sus fundamentos en 1122; a pesar de interrupciones, revueltas, intrigas e incendios, tardó 47 años en completarse, tiempo singularmente breve en este tipo de construcciones. Luego vinieron añadidos, ampliaciones y reformas propias de toda catedral durante siglos posteriores. Incluso el Pórtico de la Gloria, joya del románico, es posterior al primer proyecto. Hay en la obra de Rey Castelao contradicción al afirmar que Compostela carecía de patrimonio importante, pasando pocas líneas después a mencionar la magnificencia del edificio, las piezas artísticas de su tesoro, el esplendor del culto y la opulencia de su clero, pasando de nuevo a la escasez de recursos. La farragosa presentación de datos y cifras es la situación común de los grandes templos españoles y europeos, con oscilaciones entre ingresos y gastos que obligaba a buscar donaciones o préstamos. Nada hay de mito en ello, sino que era la norma.
En el mito contante y sonante
la autora viene a descubrir la pólvora. Don Dinero siempre fue poderoso caballero. El Voto de Santiago fue una renta eclesiástica de origen medieval ligada al patronato apostólico, que afectó durante siglos a la Corona de Castilla y Norte de Portugal. Consistía en el pago anual a la Catedral de Santiago de una medida de cereales y vino de labradores con un mínimo equipamiento agrícola, lo que en la época constituía una cuota muy asequible. El falso Diploma de los votos fue un supuesto privilegio real de Ramiro I en el 834 tras la batalla de Clavijo y la intervención milagrosa de Santiago queriendo emular el Voto Leonés con su protector particular San Isidoro, matamoros también. Según Francisco Singul, el propósito de la falsificación, no fue la motivación económica, sino fijar un amplio territorio al arzobispado de Santiago en contra de las aspiraciones de Toledo y Braga. No apremiaba la cuestión financiera en una época sobrada de donaciones de reyes, nobles y peregrinos, y el pago fue largo tiempo voluntario, y además compartido con otras sedes gallegas. La cosa cambió mucho después, cuando la renta incluyó territorios reconquistados; entonces los recursos de Santiago mejoraron ostensiblemente hasta la derogación del voto en 1834. El voto generó ciertamente conflictos y litigios que acababan en concordias, sentencias favorables o contrarias. Considera Ofelia Rey, en este tema en que es destacada y experta conocedora, que la percepción del Voto constituyó, la base económica de las instituciones jacobeas lo que no fue en absoluto cierto en la Edad Media, y aunque llegó a serlo en parte de la Edad Moderna, la autora lo sobredimensiona ya que otros ingresos procedían de otras fuentes, rentas y donaciones, incluidas las peregrinaciones, que no sufrieron la supuesta decadencia que la autora afirma.
En la conferencia que Ofelia Rey dio en Fundación Juan March, 21-Enero-2020 con el mismo título que su libro, en el ciclo de conferencias sobre el Camino de Santiago, enfatizó en otro fraude, los Años Santos. Al modo de los Años Santos Romanos (cada 25 años), era extendida tradición la llegada de peregrinos a Compostela en los años en que la fiesta de Santiago caía en domingo, contrastada por la afluencia de barcos de peregrinos británicos en esos años. Ya había claros indicios de los privilegios parales a Compostela desde el siglo XII. Después, el salvoconducto a los peregrinos de Juan II de Castilla en 1434, y el respaldo oficial del papa Sixto V en 1484 de la celebración de los años santos, dejaba asentada y refrendada por Roma una tradición que venía de mucho antes. Pero la tradición terminó por no bastar, y era necesario un documento papal para perpetuar la memoria del jubileo. Miembros del alto clero compostelano, para reafirmar las indulgencias de Calixto II y Alejandro III en el s. XII, y ante la frustración de la falta de documento oficial que las certificara, idearon la confección de un documento falso en su factura, pero que venía a convertir una situación de hecho en otra de derecho. La falsificación que la autora señala,
siendo cierta, no eliminó ni la fuerza de la tradición precedente, ni malogró el apoyo papal a las celebraciones periódicas, lo que hubiera ocurrido si se hubiera tratado de un burdo fraude, ni se generó crisis de peregrinaciones en el modernismo, pues como concluye Javier Gómez Montero en “Topografías culturales del Camino de Santiago” de 2016, “las peregrinaciones a Santiago durante la Edad Moderna, lejos de iniciar su etapa de cadencia definitiva, atravesaron un momento positivo, con años en que sin duda se igualaron –sino lo superaron- los periodos de prosperidad de la etapa medieval.” El planteamiento de la absoluta decadencia que plantea Ofelia Rey es un tópico que no puede aceptarse como válido.
El Final del Mito que la autora proclama como momento en que todo se derrumba, nunca constituyó tal final. Hubo una severa crisis jacobea desde finales del XVIII hasta finales del XIX, pero un mito es otra cosa. La crisis no solo fue eclesiástica sino de toda la sociedad europea, con significada repercusión multifactorial en la península: Revolución Francesa, Guerras Napoleónicas de independencia española, supresión del voto de Santiago (1834), desamortizaciones de Mendizábal (1835) y Madoz (1855) desarticulando la infraestructura asistencial al peregrino, guerras carlistas, y pérdida de prestigio de la peregrinación y del peregrino, que la Ilustración y la burguesía liberal ven como mendigo, pícaro, vagabundo, individuo que, en suma, atenta contra la visión económica liberal. Pero la autora magnifica la abolición del voto y amplifica un escenario de contraste entre la miseria de labradores y la opulencia de canónigos, poco menos que sugiriendo un marco “robinhoonesco”.
El mito no resucita, como cita la autora, acaso despierta del letargo, pero Ofelia Rey quiere ver de nuevo fraude y engaño en las excavaciones que promueve el cardenal Payá (1878) y dirige Antonio López Ferreiro, y omite el largo proceso, compostelano primero y romano después, que rápidamente la autora hace concluir en La Bula Deus Omnipotens de León XIII (1884) seis años después, reconociendo auténticos los restos de la catedral. La autora cuela graves errores y omisiones, como decir que los restos apostólicos estaban dispersos en varios espacios de la catedral, o no mencionar el valor de la reliquia de Pistoia que, acreditadamente, Gelmírez donó a Pistoia (Italia), un fragmento de la apófisis mastoide derecha, justamente la que faltaba a uno de los cráneos compostelanos, determinante en la época.
Veo en el libro de Ofelia Rey un desmesurado e injustificado propósito de minusvalorar lo jacobeo en su dimensión europea. Hace uso torticero y descontextualizado de la mayoría de las fuentes, y más que labor histórica parece manipular, llegando a contradecirse a sí misma, diciendo una cosa y la contraria.
Hecho Jacobeo y Camino de peregrinación están en la cultura europea. Su “certeza histórica” es su renacida vitalidad surgida de sus huellas por Europa. ¿Renació de la nada?. El Xacobeo 93 nació para dar respuesta a la demanda de miles de peregrinos que llegaban por el Camino Francés cada año, antes del gran desarrollo de infraestructura específica… luego vino la red pública de albergues, las obras de mejora de la ruta, etc. La eclosión que siguió no fue fruto de engaño, sino un fenómeno que tiene sus raíces en la Historia, que ha llegado en toda Europa a identificar y señalizar 82.000 km de sendas jacobeas como expresión de la Declaración de Primer Itinerario Cultural Europeo de 1983 y Patrimonio de la Humanidad en 1993, 1998 y 2004, y Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2015, distinciones que expresaban el deseo auténtico de peregrinar hasta la ciudad del Apóstol a lo largo de la historia, y ahí no hay nada de mito ni falsedad.
No creo aceptable que todo el fenómeno jacobeo sea una manipulación histórica de la Iglesia compostelana y los propagandistas. Pese al rigor de partida de los estudios de Ofelia Rey Castelao, veo sus valoraciones tendenciosas y los mitos que propone son una tergiversación de datos y una hipótesis arbitraria y parcial que sintoniza con la escuela francesa de los Annales, corriente francesa que plantea aspectos de la historia que no buscan describir, sino interpretar desde sus propios conceptos y subjetividad. Falta en la autora todo intento de aproximación y comprensión a la cosmovisión medieval que dio lugar a la peregrinación a Santiago, como expone Francisco Singul en su obra “Camino que vence el tiempo”, libro acertadamente constructivo y descriptivo del Hecho Jacobeo a través de los siglos
Obras Consultadas:
1.- Ofelia Rey Castelao. Los Mitos del Apóstol Santiago. Nigratrea, Consorcio de Santiago, 2006.
2.- Ofelia Rey Castelao. Patronos e identidades en la Monarquía Hispánica en el período de la disputa del patronato de Santiago (1618-1630). Hispania, 2020, vol. LXXX, n.º 266, págs. 783-816.
3.- Ofelia Rey Castelao. Teresa, patrona de España. Hispania sacra, Vol. 67, Nº 136, 2015, págs. 531-573
4.- José Guerra Campos. Bibliografía (1950-1969), veinte años de estudios jacobeos. Compostellanum: Archidiócesis de Santiago de Compostela, Vol. 16, 1971, págs. 575-736.
5.- José Guerra Campos. Exploraciones arqueológicas en torno al sepulcro del Apóstol Santiago. Santiago de Compostela: Cabildo de la Catedral.
6.- José Guerra Campos. La Cuestión Jacobea en el siglo XX. Editado por Juan José Cebrián Franco en el Instituto Teológico Compostelano 2004.
7.- Juan José Cebrián Franco. Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela. Instituto Teológico Compostelano 1997.
8.- Robert Plötz. El Camino de Santiago: puente histórico de comunicación entre las naciones europeas y signo de la nueva Europa: actas del VII Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas, 2006, págs. 35-54
9.- Luciano Huidobro y Serna. Las Peregrinaciones Jacobeas. Tomos I, II y III. Madrid 1950.
10.- Luis Vázquez de Parga. Las Peregrinaciones a Santiago de Compostela. CSIC. Tomos I, II y III. Madrid 1948.
11.- Carlos García Costoya. El Misterio del apóstol Santiago, Mito y realidad del enigma jacobeo. Plaza y Janés. 2004
12.- Javier Gómez Montero. Topografías culturales del Camino de Santiago, Kulturelle Topographien des Jakobs. Edición Peter Lang, 2016
13.- Francisco Singul – Camino que vence al tiempo. Ediciones Europa. Madrid 2020.
La ‘cuestión jacobea’ mantiene huecos por precisar. Ofelia Rey tiró en exceso de su escepticismo y es tranquilizador que lo denuncies; enhorabuena por hacerlo. Y gracias por divulgarlo.