33 Nicolas Flamel y El Camino de Santiago

          Nicolas Flamel es un fascinante personaje de la Baja Edad Media, nacido entre 1330 y 1340 y fallecido en 1417 o 1418, cuya vida y papel histórico han sido extraordinariamente deformados a través de leyendas esotéricas que lo ensalzan como alquimista al que se atribuye los dos logros más buscados del arte alquímico: la transmutación de los metales en oro gracias a la elaboración de la piedra filosofal, y la inmortalidad a través un elixir o “panacea universal” que curaba todas las enfermedades y lograba vencer a la muerte.

          Nació posiblemente en Pontoise, a siete leguas de París, en el seno de una familia modesta de la que él mismo cuenta que estaba muy bien considerada por todos, incluso por sus rivales, en virtud de su gran honestidad. Pudo adquirir cierta formación heredando el oficio de copista de su padre, y gracias a su dominio de la escritura se instaló en París como escribano público, oficio que desempeñó muchos años. Ubicado primero en la proximidad del cementerio de los Santos Inocentes, allí prosperó como calígrafo y escribano de prestigio, lo que le permitió trasladarse al barrio de Saint-Jacques-la-Boucherie, donde ofrecía sus servicios en una tienda junto a la iglesia, en la activa cofradía del gremio de carniceros, alcanzando allí un reconocido prestigio y una notable bolsa de clientes, llegando a ser designado librero jurado de la Universidad (el cargo requería juramento académico), lo que otorga la categoría privilegiada de los libreros, iluminadores, escritores y encuadernadores, creando una escuela de escritura para enseñar a los analfabetos modestos y un taller de edición de libros con opción de pintar iluminaciones para los patrocinadores más ricos. La imprenta aún no se había inventado y el acceso a la escritura es raro y difícil, por lo que la nobleza y la burguesía son analfabetas, lo que convierte a Flamel en un hombre letrado y de influencia, pues los buenos escribanos gozaban de reconocimiento y prestigio laboral y acumulaban gran actividad y remuneración, todo lo que le permitió forjar un importante nivel económico, junto al hecho determinante de su matrimonio con Pernelle, viuda mayor que él, que aportó al matrimonio bienes notables de sus dos matrimonios anteriores, y se convertirá en su compañera incondicional e inseparable, y cuyos bienes se convirtieron ante el notario en legado de propiedad mutua, don que se renovó varias veces y que excluía de la herencia de Pernelle a su hermana y los hijos de ésta.

          A estas ocupaciones se dedicó en un ámbito de acomodado burgués, aunque dedicando buena parte de sus economías a obras piadosas en ayuda de sus semejantes y construcciones de edificios religiosos y donaciones benéficas.

          En plena Guerra de los Cien Años, en 1357, por su condición de librero, se cuenta, se fabula más bien, que cayó en sus manos un libro singular y misterioso, un grimorio o libro mágico y ocultista de contenido alquímico en clave hermética que cambió su vida. Aquí empieza la magnificación y nace la especulación esotérica desde ese primer instante, con versiones distintas y en creciente fantasía, que relatan que lo recibió de un desconocido que necesitaba ingresos con urgencia, o que lo compró casi al azar o que le fue entregado por un ángel en sueños. El contenido de ese libro resultaba totalmente enigmático para el escribano, excediendo sus conocimientos para interpretar sus símbolos y figuras, a lo que dedicó, se dice, 21 años de su vida para intentar descifrarlo, sin conseguirlo. Se trataba del libro conocido como «El libro de las figuras jeroglíficas», o el libro de Abraham el judío.

          La leyenda se desborda en relatar la transformación de Flamel de quien se dice que, viéndose incapaz de interpretar el mensaje del manuscrito hermético, se decidió a emprender el Camino de Santiago para rogar al Apóstol que lo iluminara en su búsqueda de encontrar la Piedra Filosofal y se dice que peregrinó caminando hasta llegar a la tumba del Apóstol. Casi en contradicción con esta búsqueda devota de iluminación, se dice que para poder descifrarlo viajó a España, donde en aquella época y bajo la influencia andalusí, parece que residían las máximas autoridades de la Cábala, los mayores sabios de los saberes del mundo antiguo, las mejores traducciones del griego clásico que se producían en las universidades españolas. Mientras tanto los esotéricos hacen del Apóstol Santiago un Mago poderoso y referencia, guía y patrono de los alquimistas, que ven en la peregrinación jacobea no un acto de culto sino un simbolismo alquímico de transformación.

          Tras llegar a Santiago Nicolás Flamel no encuentra eco a sus ruegos e inicia el regreso, siendo al pasar de nuevo por la ciudad de León, cuando encontró, por misteriosas circunstancias, a un viejo maestro judío converso, el maestro Canches, conocedor de los profundos secretos de la Cábala y la Alquimia, quien identificó la obra como el Aesch Mezareph del Rabí Abraham, y enseñó a Flamel el lenguaje y el simbolismo de su interpretación, hasta entonces ocultos a su entendimiento.

          Parece que Flamel intentó llevarse consigo al maestro Canches vía marítima, e iniciaron después ruta hacia París, pero Canches, ya viejo y enfermo, recayó y terminó muriendo en Orleans, donde Flamel cuenta que le dio cristiana sepultura, regresando de inmediato a su casa de París, donde se entregó durante tres años a aplicar las enseñanzas del Maestro Canches, hasta que después de arduas experimentaciones y ensayos, Flamel y su esposa Perenelle, en su laboratorio parisino, obtuvieron la Piedra Filosofal, en 1382, por la que lograron la transmutación metálica de mercurio en oro: «Yo transformé efectivamente el mercurio en casi la misma cantidad de oro corriente. Puedo decir esto en honor a la verdad. Realicé la obra por tres veces con la ayuda de la Perenelle«… Sería toda una verdadera declaración si no fuera porque estas palabras no son realmente suyas, sino puestas en su boca con propósito literario novelesco.

          El enigmático maestro Canches, a quien supuestamente Flamel debe sus valiosos logros, es también la prueba de que todo es una fabulación, pues Flamel, tras darle cristiana sepultura, dice: “Dios tiene su alma; porque él murió en buen cristiano, y ciertamente si no me lo impide la muerte, le daré a esta Iglesia algunas rentas para que diga por su alma todos los días algunas misas”. Es decir, Flamel adquiere el sagrado compromiso de fundar medios que generen recursos periódicos en beneficio del Maestro Canches. Tuvo sobradamente tiempo y recursos para hacerlo, pero una investigación amplia y precisa revela que jamás lo hizo, nunca existió la menor iniciativa con ese propósito hecha por Flamel. El afamado escriba, fundador y generoso benefactor, ¿había olvidado la promesa dada a su maestro y amigo que lo dio todo, hasta la vida, por su causa?. No le dedica recurso alguno, ni siquiera una mención en su testamento. Quien tuvo generosidad sin límite para con tantos indigentes a quienes nada debía ¿se olvidó de aquel a quien debía riqueza y vida inmortal?. La única realidad es que Flamel no olvidó nada, sino que el maestro Canches nunca existió, solo como personaje ficticio para novelar una supuesta inspiración hermética que nunca hubo.

          ¿Y peregrinó Flamel a Compostela?. En las distintas representaciones de su imagen jamás se vio una que le identifique como peregrino. Pero es el propio Flamel quien, refiriéndose al retorno de su peregrinación, supuestamente dice: “Quien quiera ver cómo fue mi llegada y la alegría de Perrenelle, que nos contemple a los dos en esta villa de París sobre la puerta de la capilla de Saint Jacques-de-la-Boucherie, del lado que está junto a mi casa, donde estamos representados: yo dando gracias a los pies de Santiago de Galicia y Perenelle a los pies de san Juan, a quien había invocado muy a menudo”. En efecto, entre otras muchas dádivas a esa iglesia, Flamel financió en ella un hermoso relieve que representa a Flamel y Pernelle en actitud piadosa, hoy derruido como toda la Iglesia de Santiago de la que solo se salvó, con gran fortuna, la Torre de la Iglesia que sin embargo Flamel nunca llegó a conocer pues se construyó mucho después de su muerte. En todo caso, si Flamel debía figurar alguna vez con hábito de peregrino, esta obra de la iglesia de Santiago era la oportunidad en que debió de hacerlo. No lo hizo porque nunca peregrinó a Santiago, por eso aparece vestido a la manera de su tiempo, como burgués.

          En 1407, ya viudo, Flamel se hizo construir una casa, que aún se conserva, en el número 51 de la rue de Montmorency, diez años después de la muerte de Pernelle, en la que estableció su taller bajo el signo de la flor de lys. La decoró con grabados e inscripciones religiosas en donde se han querido ver toda clase de interpretaciones jeroglíficas donde solo había devoción piadosa. Había incrementado en mucho su fortuna, que usó generosamente desprovisto de toda ambición y de hijos a los que sostener, haciendo grandes donaciones y financiando la edificación de hospitales, iglesias e instituciones benéficas, en sintonía con el desprendimiento que se supone debe caracterizar a un verdadero alquimista. Porque a esas alturas Flamel ya no era solo un Adepto de la alquimia y de su filosofía, sino el Gran Maestro de la misma, el descubridor de los grandes objetivos alquímicos. Los rumores de su fortuna crecen; para unos el origen es sin duda su descubrimiento de la piedra filosofal, para otros es su bufete de escribano, la escuela de escritura y el taller de edición de libros iluminados lo que le proporciona sus ingresos, junto a una sabia inversión de los bienes legados por Pernelle, mucho más de lo que necesita; tiene a su servicio varios copistas y entre su clientela se encuentran las mejores familias de París. A través del médico y consejero real, la fortuna de Flamel llega a oídos del rey, y se llega a decir que el rey Carlos VI de Francia le pidió oro a las arcas reales. La realidad es que ante los rumores de Flamel y sus misteriosas riquezas el rey ordenó una investigación en la que no se encontró nada de lo fantásticamente sugerido, sino un ambiente normal e incluso modesto donde destacaba el uso de vajilla de barro y enseres cotidianos. Nada de laboratorios sofisticados ni acúmulos de oro ni riquezas.

          Se especula que con el logro de la Piedra Filosofal y junto a Pernelle, elaboró también un elixir o tintura, la Panacea Universal, por la que obtuvieron ambos esposos la inmortalidad. A la muerte de Pernelle programó profusas exequias y tuvo que afrontar requerimientos y conflictos hereditarios por parte de la familia de Pernelle, por una clausula testamentaria de última hora, por la que otorgaba algunos derechos hereditarios a su hermana y sus hijos a la muerte de Flamel. Protección hereditaria en beneficio de Nicolás que supuestamente no necesitaba dado el extraordinario hallazgo que protagonizaron juntos y que sin embargo parecen prevenir posibles dificultades económicas a su querido compañero Nicolás. Ella recibió sepultura en el Cementerio de los Santos Inocentes y él 20 años después en el de Saint-Jacques-la-Boucherie. En homenaje a Pernelle, Flamel construyó y decoró una de las grandes arcadas del osario común en cementerio de los Santos Inocentes, y en el mismo año financió la reparación del portal de Saint-Jacques-de-la-Boucherie, representado en oración a los esposos al pie de la Virgen María, Santiago y San Juan.

          Se cuenta que el entierro fue ficticio y que al ir a exhumarlo se encontraron la tumba vacía, ante lo que se disparó la creencia de su inmortalidad, fabulando sobre su rejuvenecimiento insólito, y haciéndole recorrer mundo tras su supuesta muerte, en aventuras recopiladas y noveladas inventivamente por Paul Lucas (1664-1737). Deja de ser un personaje de la historia para convertirse en un personaje de ficción, citado desde en el Péndulo de Foucault de Umberto Eco, en El Código Da Vinci de Dan Brown, en El Secreto Egipcio de Javier Sierra, y hasta en el mundo de fantasía de Harry Potter de JK Rowling, así como por no pocos cronistas y novelistas que encuentran en su nombre y en el terreno de la alquimia un generoso e ilimitado espacio para la fabulación novelesca jugando con un trasfondo de supuesta historicidad.

          Su realidad histórica, auténtica, y su celebridad como escribano y librero bien trabajada y merecida, se ve distorsionada por la idea exagerada que se tuvo de su fortuna, y por las extravagancias fingidas sobre el origen de una opulencia solo conquistada al precio de muchos sudores y el noble uso de sus recursos e iniciativas. Fascinó tanto a sus contemporáneos que no se percataron de la sencillez de su existencia, a causa de su caritativa y piadosa prodigalidad. Fue en su trabajo inteligente, en su espíritu de orden y de sabia gestión económica y comercial, donde encontró la piedra filosofal. Hombre de fe y lleno de generosidad, pensaba que la caridad era un don de Dios recibido en el corazón como una calidad permanente, que le llevaba a amar a su semejante y a socorrerlo en la adversidad. Es pues este espíritu religioso de caridad el que animaba al artista laborioso, y lo que le hizo emplear su fortuna para aliviar a las viudas y huérfanos, fundar hospitales y reparar iglesias. Rico en la imaginación de la gente, dejó realmente una herencia modesta.

          Este piadoso cristiano murió el 22 de marzo de 1417 en su casa, ubicada en la esquina de las calles des Ecrivans y Marivaux. Curiosa reliquia de este viejo barrio demolido para la prolongación de la calle de Rivoli pero conservando casi por azar, la Torre de la Iglesia de Saint-Jacques-la-Boucheri, y la casa de Flamel. La vieja casa de piedra y madera de Flamel, ocupada desde largo tiempo por un tabernero de aguardientes que aún existía el 1 julio de 1852 y hoy reconvertida en un albergue restaurante que conserva su nombre como reclamo. No había nada notable en la casa; sin embargo, había conservado algo de su fisonomía de la Edad Media a pesar de las alteraciones del tiempo y la mano del hombre. Sus tres pisos antaño fueron sombreados por una marquesina, y todavía se percibía sus rastros; pero se veían allí las imágenes e inscripciones piadosas que adornan su fachada, y algunas interiores que, según el testimonio del Padre Villain, fueron robadas en 1756, tras las excavaciones llevadas a cabo en las subestructuras de la casa por intrigantes adeptos de la filosofía hermética que, bajo el pretexto de reparar a sus gastos las casas caducas que pertenecían a las iglesias, revolvieron todo para encontrar allí los supuestos tesoros enterrados que ya obsesionaron a otros investigadores en los siglos XV y XVI. Fue enterrado en la nave de la iglesia de Saint-Jacques-la-Boucherie. Su mujer Pernelle, había fallecido 20 años antes que su marido, el 11 de octubre de 1397, y fue enterrada en el cementerio de los Santos Inocentes, según su propio testamento.

          Merecedor Flamel de una estatua conmemorativa, muy al contrario, los sans-culotte (revolucionarios radicales franceses), en su lucha contra el absolutismo y la burguesía, dispersaron sus huesos, como los otros de ilustres difuntos que dormían en su entorno, bajo las bóvedas sagradas. Esta y no otra explicación ilusoria es la causa de su tumba vacía. Su estela funeraria, que se había hecho hacer en vida y que guardaba mientras en su casa como sano y desprejuiciado pensamiento de la muerte ya próxima, y que, según su última voluntad, se había agregado al pilar más cercano, sobre su sepultura, fue arrancado y vendido a una frutera de la calle Saint-Jacques-la-Boucherie, del que se sirvió mucho tiempo para machacar sus espinacas. Se creía que este pequeño monumento había sido destruido, cuando fortuitamente fue encontrado en 1847, por M. Dépaulis, en casa de un vendedor de curiosidades, dándolo a conocer a las autoridades y confirmándose su autenticidad. Primero se pensó sellarla en la torre de Saint-Jacques; pero finalmente enriquece el museo de Cluny de París.

          El testamento de Nicolas Flamel, mucho tiempo olvidado, se conserva en la Biblioteca Nacional Francesa y varios siglos después fue transcrito al francés para su plena comprensión. Su lectura no encierra nada que permita vislumbrar su singular sabiduría alquímica, sino que de un modo monótono y protocolario describe las diferentes donaciones a iglesias para celebrar misas según criterios precisos de la ceremonia.

          Se le atribuyen varios manuscritos alquímicos y herméticos: el Libro de las figuras jeroglíficas, el Sumario filosófico, el Libro de los lavamientos o el Deseo deseado. Pero una cita muy poco sospechosa de anti-alquimista como Fulcanelli (seudónimo que encierra una personalidad o grupo anónimo de autoría de libros de alquimia del siglo XX) indica que el famoso libro de las figuras jeroglíficas y otros que le son atribuidos, eran un pastiche o plagio apócrifo fabricado después con propósito de presentarle como original de Nicolas Flamel. Así, algunos manuscritos se fabricaron en el siglo XVII y XVIII, siguiendo las descripciones supuestamente dadas por Flamel en su manuscrito y luego impresas como libros suyos. Todo es realmente pura invención, dice Fulcanelli, y ningún bibliógrafo puede atestiguar la existencia de un libro original que contenga las figuras jeroglíficas, de modo que nos vemos obligados, dice el propio Fulcanelli, a concluir que esto es un trabajo inexistente que solo se presume. Pirueta y triple salto alquímico al contra-argumentar que la personalidad que estaba detrás de Fulcanelli era la del propio Nicolas Flamel para camuflar sus extraordinarios logros alquímicos.

          Fulcanelli también afirma que la peregrinación a Compostela es pura alegoría, un viaje simbólico que debe ser emprendido por todos los alquimistas para su transformación interior. Esa es la metáfora que interpretan los alquimistas como un grado de sabiduría, pero que no sirve para esconder que Flamel es un producto concebido y manipulado hasta convertirlo en lo que nunca fue.

          En el siglo XVIII, el párroco de Saint-Jacques-la-Boucherie, padre Villen, abochornado por la sombra proyectada tras la muerte de Nicolas Flamel y su mujer Pernelle, recopila todas las escrituras, registros, documentos debidamente autenticados y escribe en 1761 un libro titulado “Histoire Critique de Nicolas Flamel Et de Pernelle Sa Femme”, donde acredita que el origen de los bienes materiales del matrimonio, no son fruto de un portentoso hallazgo, sino plenamente justificables y cuantificables, en ningún caso fruto de un enriquecimiento brusco y desmedido, sino producto de una labor intensa y buena gestión de sus recursos.

          Ni enseñanzas del maestro Canches, ni Camino de Santiago, ni libro de jeroglíficos, ni hallazgos alquímicos, ni transmutación de metales por una Piedra filosofal, ni inmortalidad por Panacea universal. Nada de esto existió sino en la iniciativa de un escritor fantasioso que dejó escrito que lo hacía todo para divertir al lector, legítimo objetivo literario del novelista.

          ¿Es posible la conversión en oro a partir de mercurio o plomo?. Oro, mercurio y plomo son, en suma, elementos simples, compuesto por átomos formado de electrones alrededor de un núcleo de protones. Por tanto la Química y la Física modernas pueden lograr la pretendida conversión de los alquimistas. No sería por la quimérica piedra filosofal, sino con la mediación de un sofisticado acelerador de partículas y de reacciones nucleares. El inconveniente de este proceso, inaccesible por otra parte a los alquimistas de los siglos XIV y XV, es que cada átomo de oro producido costaría millones de veces más que el de su valor comercial.

          Como reflexión final, Nicolas Flamel merece una rehabilitación histórica que lamentablemente es imposible esperar hoy. No por eso voy a dejar de plantear mi conclusión y luego haga cada cual de su capa un sayo. Flamel nunca fue alquimista, ni manejó una redoma ni un matraz. No invirtió sus horas ni sus años en interpretar jeroglíficos ni símbolos, ni en buscar quimeras filosóficas ni panaceas curativas, sino en la noble labor de la escribanía, en crear una escuela de escritura y contra el analfabetismo de su época y de copia de textos en tiempos que no conocían la imprenta, en desarrollar un taller para la edición de libros ilustrados. Fruto de su continua laboriosidad compartió sus bienes con los pobres, prodigó donativos y obras benéficas, levantó edificaciones y ornamentos eclesiásticos que reflejaban su fe y su caridad. Colaboró con la cofradía de Santiago del barrio de la Boucherie de París y mostró su fe y devoción en el Apóstol Santiago de Galicia, donde no peregrinó ni física ni simbólicamente como un alquimista que nunca fue ni ambicionó ser. Mi admiración y respeto por el escribano parisino Nicolas Flamel.

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