24- Encuentro entre Teodomiro de Iria y Alfonso II

          Una relación de gran significado jacobeo es la que tuvo que haber entre el obispo Teodomiro de Iria y el rey Alfonso II de Asturias en la primera mitad del siglo IX. Entre ellos debió darse necesariamente un contacto relevante del que se sabe poco, porque poco o más bien nada hay escrito sobre ello, y lo que hay son valoraciones modernas que creo mal concebidas, con confusión de fechas, teorización de actitudes, interpretación acrítica de conductas, y valoración genérica de planteamientos. Es muy común, incluso en historiadores, error y desconocimiento en la fecha del descubrimiento del sepulcro jacobeo protagonizado por Teodomiro, y la interpretación de la respuesta de Alfonso II ante el hallazgo, que suele aceptarse en términos de prontitud y aquiescencia. Sería apasionante un relato preciso y documentado del encuentro, los diálogos y los convenios entre ambos personajes. Aunque no hay tal cosa, cabe hacer algunas deducciones valiosas desde un análisis multidisciplinar de hechos, indicios, monumentos y valoraciones arqueológicas.

          Teodomiro fue el obispo de Iria Flavia que protagonizó el descubrimiento del Sepulcro del Apóstol Santiago, acontecimiento excepcional para España y para Europa, generador de un fenómeno sin precedentes como es el surgimiento de la peregrinación a Santiago de Compostela. Su pontificado no se inicia antes del 818 pues en tal año Teodomiro no era aún obispo de Iria, sino su predecesor Quendulfo II, aún titular de la sede el 1º de septiembre del 818, fecha del documento del Tumbo A del monasterio de Sobrado, último que firma este obispo, muy probablemente en edad provecta y que debió morir no mucho después. Teodomiro debió llegar al obispado de Iria probablemente en el 819 o poco después, y por tanto el hallazgo del sepulcro compostelano no puede ser anterior a esa fecha. Debió ocurrir cerca del año 825. Desde luego nunca pudo ser en el año 813 que se propone buscando el conveniente mecenazgo de Carlomagno como defensor ideal del cristianismo, y que citan muchas fuentes en «copia y pega» falto de todo juicio crítico. En todo caso su nominación como obispo de Iria fue en la mitad del largo reinado de Alfonso II, con una gestión monárquica ya muy instalada y definida. 

          La identidad histórica de Teodomiro, ante la falta de documentos escritos, fue cuestionada por algunos historiadores, pero su realidad queda fuera de toda duda ante el hallazgo de su lápida sepulcral en el subsuelo catedralicio, revelando su historicidad y el traslado de su residencia al Locus Sanctus ante la trascendencia de su hallazgo, precisándonos la fecha de su muerte: 20 de octubre de 847. Algo realmente extraordinario tuvo que ser lo que descubrió en el bosque Libredon que le llevó a iniciar una edificación que protegiera su hallazgo, instalar allí un culto y custodia local, y dejando su sede oficial de Iria para cambiar su lugar de residencia por propia decisión y sin otorgamiento de la Iglesia, a la nueva sede o Locus Sanctus que será la futura Compostela. Se inicia aquí un largo proceso eclesiástico hasta que Roma, tres siglos después concederá a Compostela prevalencia sobre Iria, y luego su emancipación de ella y su carácter de sede metropolitana.

          El rey de Alfonso II (791-842), ante la seria amenaza musulmana, gobernaba más preocupado por la subsistencia de su reino que por grandezas históricas, desde el objetivo de restaurar el extinto reino hispano-godo de Toledo, del que se declaró heredero y transmitió a sus sucesores. En la consecución de dicho propósito un elemento decisivo fue la integración de Galicia al reino asturiano que, quizás por la formación y larga estancia de este monarca en tierras de Galicia, logró de forma pacífica y consensuada, fundiendo los destinos de Asturias y Galicia en una única formación política y social, ganándose la colaboración y confianza de la aristocracia gallega. Esta consolidación terminará por limpiar Galicia del dominio y ataques musulmanes, lo que convierte a Alfonso II ante la población gallega en un garante de paz interna y orden social; Galicia adopta como un seguro la soberanía asturiana, con un ordenamiento donde el comes, o conde, se convierte en delegado o vasallo del monarca asturiano.

          Será cuando han transcurrido más de treinta años del reinado de Alfonso II, cuando tiene lugar el hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago en Amaiae finibus, es decir, en el territorio de Amaia, valle que ocupa el suelo comprendido entre los ríos Sar y Sarela, acontecimiento que abre una nueva etapa en las relaciones asturianas y gallegas. Suele aceptarse de manera acrítica que a comienzos del siglo IX Asturias asume de inmediato que se trata del sepulcro del Apóstol Santiago en tierras de Galicia y que el monarca promoverá desde entonces su culto con otorgamiento de bienes y privilegios y colaborando estrechamente en la fundación del santuario jacobeo que luego dará lugar al nacimiento de la ciudad de Compostela. Lo cierto es que las crónicas no dan ni el menor detalle de ello lo que pone en clara duda la supuesta prontitud en considerar el suceso como un hallazgo acreditado, en claro contraste con la inversión hacia la Oviedo como sede administrativa y espiritual del reino asturiano.

          Un aspecto clave en la labor integradora de Alfonso II se centra en el papel de la monarquía asturiana como defensora y protectora de la fe católica y de la Iglesia hispana. Ya desde su origen el reino de Asturias tiene un marcado carácter confesional contrario al dominio y a la fe islámica, en modo que el control de la Península entre Asturias y Al-Andalus ha de ser vista como la lucha entre Cristianismo e Islam. Parte del rechazo del islam y de condena de la herejía adopcionista del Elipando de Toledo, que amenazaba reducir el cristianismo a una desvaída ideología en connivencia con el Islam y la Sinagoga. Son tiempos en que la Iglesia vive grandes controversias teológicas, en que se hace necesario un retorno a las raíces apostólicas. Esta postura convierte a Asturias en cuna de la ortodoxia católica dentro del territorio hispánico. Un mérito valioso de Alfonso II en esta línea, fue el de consolidar en el año 811 el monasterio de Samos, otorgándole propiedades y jurisdicción, antes del descubrimiento jacobeo.

          En algún momento de la tercera década del siglo IX, se produce el hallazgo de la sepultara del Apóstol Santiago en la diócesis de lria, y su obispo Teodomiro, promueve culto jacobeo, se traslada por propia iniciativa al Locus Sanctus, y el núcleo Iria-Compostela se convierte en nuevo centro espiritual del reino unificado, convirtiéndose pronto en uno de los lugares más santos del orbe cristiano, foco de atracción de peregrinos de toda la cristiandad. Se dice que el propio rey Alfonso acude y patrocina el desarrollo de una pequeña ciudad alrededor del sacro enterramiento, lo que convierte a lo jacobeo en un símbolo compartido, que une a asturianos y gallegos en una patria común. Tanto para la nobleza como para los eclesiásticos gallegos aceptar a Alfonso II como rey, deja de suponer el sometimiento a un poder ajeno sino aceptar una voluntad divina y aliarse en torno a unos intereses comunes. Así es como Alfonso II, de un modo pacífico, consensuado y aceptado, se convierte en el primer monarca de Asturias y Galicia unidas. Y una labor bendecida desde las alturas, según unos y otros creían, por el Apóstol Santiago, patrono celestial de la unión de asturianos y gallegos.

          Pero el proceso compostelano como elemento que se incorpora al proceso astur-galaico tuvo su propia trayectoria que no se instala con la inmediatez supuesta, sino que se integra en un proceso de unificación de Asturias y Galicia ya muy consolidado en el cabe deducirse que Alfonso II se toma su tiempo antes de asumirlo. El hallazgo del sepulcro jacobeo fue un suceso de ámbito local en el que el monarca asturiano no tuvo protagonismo, sino que el aviso al monarca fue una iniciativa exclusiva del obispo Teodomiro, advertido de la naturaleza de su hallazgo y buscando que fuera dado a conocer y sobretodo que fuera protegido de los ataques islámicos y normandos, y obtuviera una dotación formal que permitiera la creación del primer núcleo de edificación. El relato del descubrimiento, totalmente legendario, alberga criterios que hacen verosímil deducir que se trataba de un culto local no difundido sino clandestino, lo que junto a antecedentes documentales que hablan de la existencia del sepulcro apostólico en algún lugar de territorio galaico [Aldhelmo de Malmesbury (639-709) y Beda el Venerable(672-735)], permiten vislumbrar que lo que identifica Teodomiro es una tumba escondida, pero de existencia local conocida. Ese momento histórico de unificación y de cierta estabilidad política y social, es el momento en que Teodomiro decide darlo a conocer a la cristiandad. Lo primero es elaborar un relato, legendario y sobrenatural conforme a la costumbre de la época, que justifique el hallazgo y su notificación formal al mundo cristiano: el túmulo sepulcral del Apóstol Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro.

          La actitud de Teodomiro, lejos de precipitada puede valorarse de serena, considerando que el lance podía elevarle casi a la misma categoría que el Obispo de Roma, al yacer en su sede los huesos de un Apóstol elegido del Señor; pudo proyectar un viaje a la Roma del papa Gregorio IV, o al imperio Carolingio regido por Ludovico Pío, hijo y sucesor de Carlomagno. Es un criterio que nos indica que más que el resultado de un hallazgo magnífico, busca dar a conocer una noticia oculta que quiere proteger. Evitó actitudes grandilocuentes y se limitó a informar a su rey, Alfonso II. La reacción asturiana no debió ser tan rápida como suele decirse, sino que cabría precisar que fue sopesada, pues en Oviedo ya existía, fundada por el rey Fruela I en el siglo VIII, un venerado templo prerrománico cuya cámara santa guardaba valiosas reliquias donde se daba culto al Salvador. El lugar fue ampliado y enriquecido por Alfonso II, que resolvió trasladar allí la capital de su reino, invirtiendo en ello un soberano esfuerzo constructivo y ensalzador para levantar el gran centro espiritual y social que deseaba para su territorio. El hallazgo jacobeo debió despertar un sentimiento de competencia moral y una duda legítima de la autenticidad del hallazgo. Alfonso II, que conoció durante su larga estancia previa en las tierras de Galicia, que ya había otorgado privilegios al galaico monasterio de Samos, no había tenido noticias de tal antecedente, y es más que probable que valorara el hallazgo con buena dosis de cautela. Por eso las crónicas oficiales asturianas fueron más que discretas.

          Finalmente el hallazgo parece que convenció al monarca, que organizó un viaje oficial con la corte a la tumba compostelana, y mandó construir en el 834, no menos de cinco años después del hallazgo, una iglesia que acogiese el mausoleo. Más bien parece que Teodomiro presentó argumentos que acreditaron al monarca su certeza en el hallazgo, y éste termina por reconocerlo y avalarlo. Es aquí donde Teodomiro tuvo que esmerarse en su encuentro con el monarca. Incluso desde entonces Alfonso II parece que acepta el hecho pero lo hace con reservas, por cuanto no celebra el acontecimiento con la ampulosidad de un gran templo, como otros templos del prerrománico asturiano levantados por el propio Alfonso II, sino que levanta una muy modesta iglesia de piedra y barro, según acredita la arqueología, con una sola nave completada con un sencillísimo pórtico de entrada, que será el primer elemento del Locus Sanctus Iacobi y la futura Compostela.

          Los vínculos que el monarca tenía con Galicia se acentúan ahora con la fundación de iglesia de Santiago, y hoy se adopta la desmesurada idea de que fue el primer peregrino. Ciertamente hubo de viajar a Compostela y tratar con el obispo Teodomiro por diversos motivos, como valorar el hallazgo, formalizar las concesiones reales y para tomar parte en la consagración del templo edificado. No es muy congruente hablar de peregrinación, pero lo cierto es que el hecho justifica que el itinerario entre Oviedo y Santiago haya sido designado como Camino Primitivo. Se ha discutido mucho y sigue siendo discutible cuando otorga Alfonso II los privilegios al Locus Sanctus y cuando son incluidos en los diplomas reales copiados en el tumbo A de la catedral de Santiago. Es deducible, precisamente por la modestia de la edificación levantada, que no fueran concesiones precoces fruto de una generosidad efusiva ni apresurada, sino logros escalonados obtenidos por Teodomiro de su monarca en el desarrollo del naciente culto jacobeo que pasaba de la clandestinidad a la celebridad pública del mundo cristiano, que era muy probablemente lo que Teodomiro pretendía.

          El modesto e insuficiente templo de Alfonso II durará apenas 40 años, ya que en el 872 fue sustituido por la basílica promovida por Alfonso III el Magno, de mayores dimensiones, con tres naves y levantado con más nobles materiales, en consonancia con los mérito de quien ya antes incluso de descubrimiento de la sepultura, llegó a ser considerado Patrón de España y valorado luego como referencia de la cristiandad. Es decir, Alfonso II, bajo cuyo reinado el obispo Teodomiro se dice que descubre y más bien da a conocer la sepultura del apóstol Santiago el Mayor, acepta el hallazgo aunque sin la inmediatez que se dice y la construcción que edificó, lejos de ser un gran templo como el que la ocasión hubiera requerido, ordenó edificar un templo modesto tanto en materiales como en dimensiones. Aunque muy cacareada no puede aceptarse como sólida la suposición de que Alfonso II usara el hallazgo como un acicate para la Reconquista por la que sus antecesores y él mismo llevaba ya largo tiempo combatiendo en base a maniobras y estrategias puramente militares y había logrado ya superar muchas dificultades y salvar serias amenazas islámicas antes de que se hablara del descubrimiento del sepulcro apostólico, que no fue un señuelo para la Reconquista sino una consecuencia a ella. Será después de que Alfonso II inicie contactos con el imperio carolingio como testimonio de que el reino astur comenzaba a ser considerado fuera del ámbito peninsular, y de lograr consistentes victorias sobre Abderramán II, y consolida la unificación astur-galaica, cuando la estabilidad lograda con gran dificultad, lleva a Teodomiro a dar a conocer su hallazgo al monarca asturiano. Si todo hubiera sido un montaje al servicio de la Reconquista, como muchos insisten en argumentar con más apariencia que fundamento, el sepulcro hubiera aparecido a poco tiempo de subir Alfonso II al trono, cuando más acuciante era la amenaza islámica, y hubiera aparecido en territorio asturiano, con probable protagonismo directo del monarca en su descubrimiento, y habría construido un templo de magnífica factura como los que ya estaba levantando en Oviedo y los restos apostólicos hubieran pasado a ocupar un lugar preferente en la Cámara Santa. Son razones suficientes para pensar que el hallazgo compostelano tuvo raíces propias, que llevaron a Teodomiro a darlo a conocer cuando mejores y más estables condiciones había de difundirlo y protegerlo. Y es que la difusión del culto jacobeo no fue un invento generado para motivar la Reconquista, sino fruto de una realidad propia acreditada por la arqueología que, una vez consolidado el Reino de Asturias, establecida la unificación con Galicia y reafirmadas algunas relaciones con el Imperio Carolingio, es impulsado por Teodomiro dándolo a conocer a Alfonso II, buscando difusión y protección, logrando algunas concesiones y privilegios reales después de convencer al monarca de la solidez de su hallazgo, y fundando en el lugar una modesta basílica junto a la cual se levantaron las iglesias de San Salvador y de San Juan, el monasterio de Antealtares y el palacio episcopal, conjunto que se acotó con una muralla definiendo un recinto que constituía el primer núcleo del Locus Sanctus Iacobi que será el inicio de la ciudad de Santiago de Compostela, con renombrado eco en toda Europa y creciente llegada de peregrinos desde los puntos más lejanos, logrando lo que Teodomiro buscaba: difusión y protección para su gran y sagrado “hallazgo”.

          Según acredita el Lauda sepulcral hallado en las excavaciones arqueológicas, Teodomiro falleció en el 847, cinco años después que Alfonso II, y todo su obispado, fuera de su sede eclesiástica oficial de Iria Flavia, transcurrió en el Locus Sanctus, consolidando el lugar apostólico tanto su edificación como en el desarrollo del culto jacobeo, primero con Alfonso II y posteriormente con su sucesor Ramiro I, continuador del diálogo entre el reino asturiano y la naciente ciudad de Compostela, como lo serán luego los siguientes monarcas de la corona asturiana.

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