5- Al encuentro de ahorcados y gallos cantores

          La jornada que hoy afrontan mis piernas tiene sus lugares más destacados en la salida y en el destino. La salida de Nájera permite vislumbrar algunos viejos pasajes que viven al amparo del cerro rocoso que bordea la ciudad, y tiene paso obligado por el Real Monasterio de Santa María la Real, insignia histórica y monumental de la antigua capital del reino de Navarra y panteón de su monarquía. Sancho el Mayor fue quién la convirtió en capital del reino e hizo pasar por allí el Camino de Santiago como modo de repoblar y revalorizar sus tierras.

          La distancia y la orografía hasta Santo Domingo de la Calzada hacen de la jornada peregrina de hoy una etapa no muy exigente. El Camino atraviesa Azofra por su calle Mayor y a su salida se muestra noble y erguida, con sus notables blasones, la Real Casona de las Amas, antes ilustre residencia de una familia egregia y reconvertida hoy en alojamiento turístico. Poco después encontramos un símbolo de justicia: una Picota de mediados del siglo XVI.

          El camino entra en un tramo en que poco a poco, como una suave transición, se van a ir sustituyendo las vides, aún frecuentes, por campos de cereales, anunciándonos que si aún estamos en tierras riojanas nos vamos aproximando a las tierras de Castilla. Topamos entonces con un espacio urbano que nació fruto de la «fiebre del ladrillo», mostrando estructuras inacabadas de casas a medio hacer y otras en venta; es la urbanización del campo de golf de Cirueña, que al menos ofrece un buen lugar para almorzar y luego despide al peregrino con una rotonda con las imágenes del peregrino medieval y el símbolo de la concha, acreditando que el empeño golfístico no ha logrado ignorar el milenario crédito del Camino de Santiago e incluso que más bien es la peregrinación jacobea el impulso que da algo de vida a este fantasmal paraje.

          Tras Cirueña el camino describe una angulación ascendente que he visto en muchas imágenes fotográficas de peregrinos aunque ahora con un aspecto otoñal, y tras un cambio de rasante nos ofrece una larga bajada hacia Santo Domingo de la Calzada que se divisa ya en lontananza sobre todo su torre, aunque se hace desear mediante una bajada larga y continua.

          Santo Domingo de la Calzada es uno de los grandes emblemas del Camino desde que se cuenta que una gallina la lio poniéndose a cantar después de asada. A su entrada un panel informativo nos explica el surgimiento de la ciudad, una población única nacida por y para el Camino por iniciativa de Santo Domingo, ingeniero y guía en el camino, que encuentra aquí un terreno apropiado para desplegar su necesaria y valiosa labor en el paso del río Oja, construyendo un puente inicialmente de madera y luego de piedra, que salve con garantías ese difícil tramo del camino.

          Una vez en el corazón urbano hay tiempo, y todavía ganas, para subir a la torre exenta de la catedral calceatense, desde donde se divisa una panorámica excepcional del lugar, de la plaza de España, de la entrada y la salida del Camino entre los tejados de sus casas, la panorámica de sus murallas medievales y las campanas de la torre. Y luego en su catedral se puede respirar la esencia de una vida de santidad dedicada a los peregrinos, en donde hay iconografía de los distintos milagros que se atribuyen al santo.

          Los milagros medievales habitualmente son relatos que viajan de un santuario a otro, que evolucionan y se enriquecen en el tiempo, y que pueden variar algunos elementos según conveniencias locales para afamar el lugar y el autor del milagro, pero siempre con una finalidad común como es la de optimizar la peregrinación y dejar una enseñanza motivadora o aleccionadora a los peregrinos y al ámbito jacobeo. No debe sorprender la existencia de distintas versiones que hablan del paso del tiempo y las motivaciones locales, y lo interesante de la cuestión no está en buscar una justificación histórica al fenómeno sino en estudiar su contenido y su significado como base de la filosofía de la peregrinación y de la mentalidad de una época que de un modo u otro subyace en la peregrinación como manera de acercarnos a un lugar, a su historia, a sus personajes, sus monumentos y su contexto jacobeo.

          Sin duda alguna, el milagro más conocido de Santo Domingo de la Calzada es el del peregrino ahorcado y la resurrección del gallo y la gallina. Desde siempre Santo Domingo de la Calzada (1020-1109) ha gozado de una especial veneración en La Rioja, siendo su sepulcro y el templo que lo conserva un lugar de obligada parada para el peregrino, merced al cual conserva, desde tiempo inmemorial, un gallo y una gallina, en el interior de la catedral.

          Son múltiples los milagros atribuidos a Santo Domingo, pero es singularmente famoso el milagro del ahorcado y la resurrección del gallo y la gallina, del que se podría decir que son dos milagros, o uno con dos partes, acontecida una para confirmar la otra. Ocurrido ya en muerte del santo, se centra en el ahorcado injustamente, cuya vida es salvada por el santo, si bien otras versiones lo atribuyen a la intervención del apóstol Santiago, e incluso alguna versión lo asigna a la intervención de la Virgen María (Cantiga 175 de Alfonso X el Sabio), lo que da un escenario jacobeo en cualquiera de las versiones, y que ha dado lugar al popular dicho de «Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada».

          El relato por otra parte está tan enraizado que las autoridades de La Rioja en Octubre del año 2014 declararon Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial del patrimonio calceatense el milagro del ahorcado y del gallo y la gallina.

          Cuentan algunas fuentes que yendo en peregrinación a Compostela una familia de peregrinos, no es bien seguro si francesa o alemana, o acaso inglesa cuentan otros, compuesta por un matrimonio y su joven hijo que algunas fuentes llaman Hugonell, tras venerar las reliquias del santo se hospedaron en un mesón cuyos mesoneros tenían una hija que quedó prendada del joven peregrino, tanto que le ofreció sin reservas sus favores amorosos, que el joven rechazó no por desprecio sino por actitud devota de su condición de peregrino. Despechada por ello escondió una copa de plata en el zurrón del joven, en modo que cuando la familia ya estaba de marcha, la hija de los mesoneros denunció el hecho culpando a la familia del joven Hugonell, que fue perseguida y detenida. Al encontrar la copa en el equipaje del hijo, fue culpado por ladrón y condenado a morir en la horca, conforme a leyes de la época (Fuero de Alfonso X el Sabio).

          Compungidos los padres, prosiguieron su camino hacia Compostela, y en su retorno quiso la madre visitar al hijo, cuyo cuerpo aún pendía de la horca. Encontraron con inesperada alegría que su hijo seguía vivo gracias a que desde el momento en que fue colgado le había sostenido Santo Domingo de la Calzada, por lo que la soga no estranguló su cuello. Con gran emoción fueron a contar al corregidor el suceso. Dado que el magistrado estaba a punto de comer un gallo y una gallina recientemente asados, incrédulo por el relato, respondió que su hijo estaba tan vivo como las aves que se disponía a trinchar; entonces y para sorpresa de todos las aves volaron del plato, recuperaron su plumaje y se pusieron a cantar. Comprobaron que el joven ahorcado seguía realmente vivo, ante lo que cambió la culpabilidad del juicio y se dio a la infame acusadora el castigo por su maldad. Alguna fuente añade que la familia de peregrinos no devolvieron la venganza sino que pidieron clemencia para la joven mesonera que fue indultada.

          En los siglos XV y XVI proliferan en la iconografía local el tema del ahorcado al que luego se suma la resurrección del gallo y la gallina. Se atribuye primero al santo la salvación del joven y posteriormente se asocia el fenómeno de las aves, y así se representa al santo en la imagen de 1789 que se incorpora al sepulcro calceatense levantado en el siglo XVI, en que el santo ataviado con traje talar aparece apoyado en un cayado, desgranando un rosario con la mano izquierda y apareciendo a sus pies el gallo y la gallina.

          La versión escrita más antigua es la del Códice Calixtino (XII), obra que aunque también cita la población de Santo Domingo de la Calzada en su libro V como lugar relevante del camino, nada dice del milagro, y en cambio su libro II lo relata atribuyéndolo a la intercesión de Santiago el Mayor. Igualmente Jacobo de la Vorágine en su Leyenda Dorada, escrita o recopilada entre 1255 y 1266 cita el milagro del ahorcado como obra del apóstol como hace el Calixtino, y como dicho códice lo sitúa hacia el año 1020 en la ciudad de Toulouse. En estos relatos no se hace alusión a las aves.

          El relato en el siglo XV de Nompar, señor de Caumont, se aproxima casi totalmente a los datos de relato calceatense, con la particularidad de que dice que fue un noble varón quien le sostenía por los pies, sin especificar si era Santiago o Santo Domingo. Además incluye la otra parte del milagro con la resurrección del gallo y gallina, parte que tiene un gran valor en dar relevancia al papel de la justicia. Hay así una constancia de que ya desde el siglo XIV se conservaba una pareja de gallo y gallina blancos en la catedral calceatense, lo que acredita que el fenómeno alcanzó aquí una notable popularidad constituyendo desde entonces parte del acervo cultural local. El milagro ya había arraigado aquí y se había popularizado el lugar y sus mercados medievales para beneficio tanto de los lugareños como de los peregrinos. Al entrar en el templo el peregrino medieval podía ver una caja de hierro que encerraba un gallo y una gallina, descendientes, se decía, de las aves asadas que cantaron. Se popularizó la costumbre de recoger las plumas caídas de las aves, guardándolas como valioso recuerdo o exhibiéndolas con orgullo en sus sombreros. Desde entonces se conserva el espacio elevado que muestran el gallo y la gallina en conmemoración del suceso.

          Una difusión tardía pero muy propagadora son los cancioneros franceses de los siglos XVII y XVIII, impresos en libretos de cantos que incluyen grabados que muestran imágenes donde el ahorcado suspendido y el canto del gallo ocupan un lugar relevante junto; una de las canciones más populares, “Quand nous partîmes de France en grand dèsir”, va narrando las costumbres de los pueblos y villas por donde pasa, y al llegar a Santo Domingo de la Calzada rememoran el milagro de la resurrección del joven y el canto de la gallina asada:

Quand nous fûmes à S. Dominique,
le Coq chana,
nous l’entendimes dan l’eglise,
nous étonna;
On nous dit que le Pélerin,
par un miracle
a ce signe resucita:
ce n’est pas une fable

          Será precisamente en los siglos XVII y XVIII cuando los historiadores riojanos tienden a atribuir el milagro más a Santo Domingo que al Apóstol Santiago. Parece razonable pensar que una u otra fuente de una u otra época se decantan por atribuir el milagro al Apóstol Santiago o a Santo Domingo de la Calzada por criterios geográficos o leyendas locales que se inclinan hacia una u otra versión, pero lo que siempre he considerado más relevante y objetivo es pensar que mayor valor que la autoría es el destino del milagro, el peregrino, verdadero protagonista del fenómeno y objeto de la fuerte moraleja que proporciona al ámbito jacobeo y dirigida en especial a los mesoneros y comerciantes, desde la perspectiva de que la peregrinación y el Camino de Santiago fueron terreno abonado para el engaño, los robos y los abusos, y eran oportunos los relatos ejemplares que advirtieran a los posaderos, tenderos, vendedores y comerciantes que el peregrino y la peregrinación era un espacio sagrado donde el engaño y el abuso era castigado.

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