34- Presbiterio de la Catedral de Santiago y rito del abrazo.

           La catedral románica de Santiago ha sido catalogada como gran iglesia de peregrinación, por su diseño funcional para la circulación interna de los peregrinos, que podrían recorrer por las naves laterales y la girola sin interferir en la celebración del oficio en la capilla mayor, presbiterio y nave central. Así los peregrinos podían visitar, como hoy, las numerosas capillas absidales del transepto y girola, donde rezaban, asistían a misas y rendían culto a las reliquias, y podían acercarse, por la parte trasera del altar a una confessio pensada para ellos: la capilla de la Magdalena, que les permitía orar junto a la pared de la estancia que guardaba el cuerpo santo.

          A pesar de su reorganización barroca y su abundante ornamentación, hay documentos, imágenes históricas y datos arqueológicos que permiten recomponer su aspecto medieval. En la parte más noble del templo, conforme a la arquitectura religiosa europea, el culto se organizaba en torno a dos altares contrapuestos, el altar de prima o matinal y el altar mayor, en un interesante conjunto en el que, en el lado de la girola se ubicaba el altar de prima (o Capilla de la Magdalena) en el que se celebraban las misas para los peregrinos y frente a éste y abierto al transepto de la catedral y coro del cabildo catedralicio, el altar mayor dispuesto sobre el sepulcro apostólico. En el caso de Santiago de Compostela, la singularidad de los restos del apóstol Santiago condiciona funcionalmente su cabecera que, en contra de la idea tradicional de la girola como espacio de tránsito y circulación de peregrinos, proponía un modelo de uso muy diferente.

          Las obras de la catedral románica inician en el 1075, bajo el impulso inicial del obispo Diego Peláez, para sustituir con mayor dignidad el viejo conjunto eclesiástico que conformaba el locus santus que daban culto, desde su Inventio, a los restos de Santiago el Mayor en el primer tercio del siglo IX. En esta fase inicial y hasta la deposición del obispo Peláez por el monarca en 1088 en el Concilio de Husillos, se construyen sólo las tres capillas centrales de la girola y sus muros inmediatos. Una vez nombrado Diego Gelmírez (1100-1140) retomó las obras con especial vigor durante su pontificado y en 1112 derruyó los viejos edificios entre los que se hallaba el martyrium de Santiago, venciendo la resistencia del cabildo que consideraba el edículo original como obra apostólica. En 1117 se finalizó la cabecera y altar mayor, en modo que el presbiterio de la catedral se situó encima de los restos soterrados del edículo, quedando el altar mayor sobre el sepulcro que albergaba los restos de Santiago, levantando un frente de altar de plata cubierto por un baldaquino, con lo que el altar ocupaba el centro escénico de la catedral, elevado sobre gradas y cerrado con rejas.

          Por la pérdida consiguiente de contacto directo con las reliquias y la ausencia de una cripta que permitiera una intimidad en el culto de los peregrinos a las reliquias apostólicas, Gelmírez optó por la creación de una confessio detrás el altar mayor, dedicada a la oración de los peregrinos y a la celebración de las misas matinales. Este altar estuvo dedicado a la Magdalena con tales fines desde el mismo siglo XII.

          Así se mantendrá hasta 1462, año en que se acomete la sustitución del baldaquino de Gelmírez por otro durante la prelatura de don Alonso Fonseca I (1460-1464), iniciando luego la gran remodelación barroca entre 1660-1669, que rehízo la capilla mayor de la catedral, suprimiendo la confessio de la Magdalena, cuyas funciones se realizaban desde el siglo XVI en la capilla del Salvador, y sustituyendo todo su mobiliario por el baldaquino barroco. Después, en el siglo XIX cuando, con el redescubrimiento de los restos apostólicos tras la excavación del presbiterio catedralicio, se decidió dotarlo de la actual cripta para depositar el arca de plata con los restos de Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro, recuperando el contacto directo con las reliquias apostólicas y configurando un ritual de culto jacobeo con el abrazo a la figura del apóstol.

          Afortunadamente podemos reconocer la capilla mayor medieval en un manuscrito iluminado de los Países Bajos a finales del siglo XV, el Cartulario del Hospital de Santiago de Tournai (Vista del altar mayor en el Cartulario del Hospital de Santiago de Tournai). Lo más interesante del Tournai es que ilustra dos momentos concretos del ritual de los peregrinos: la misa en la confessio construida por Gelmírez tras el altar mayor y el abrazo a la figura del Apóstol que lo presidía.

          Esta confessio compostelana se ubica en el espacio situado tras el altar mayor de la catedral, es decir, la capilla de María Magdalena descrita en el Codex Calixtinus, lugar donde se celebraba la misa matinal, de gran importancia para los peregrinos, pues en ese lugar se confesaban y gestionaban allí sus certificados de peregrinación. Según la Historia Compostelana, el acceso a la capilla sería a través de las columnas traseras del baldaquino románico, aunque otros autores proponen un acceso posterior desde la girola, pero en todo caso la obra realizada por Gelmírez en el altar mayor sería una suerte de anillo de circulación que permitiera adorar al Apóstol en un altar trasero, una confessio para orar que no consistía en una cripta inferior, sino que su suelo se encontraba al mismo nivel que el de la girola, tal moco detectó la arqueología.

          Parece que fue en la tercera década del siglo XVI cuando nuestra capilla fue desmontada, trasladándose sus funciones de altar a la vecina capilla del Salvador, la central de la girola, que se mantuvo con tal uso hasta dos siglos después. La vieja confessio se dedicó plenamente a sacristía del altar mayor, siendo así como la describe Juan Bautista Confalonieri en 1564. Entre 1660-1669 se restauró la capilla mayor de la catedral, suprimiendo la confessio de la Magdalena, cuyas funciones se realizaban desde el siglo XVI en la capilla del Salvador, y sustituyendo todo su mobiliario litúrgico por el altar y el baldaquino barroco. En este pavimento, ya dedicado por entero como sacristía de los prelados celebrantes en el altar mayor, el arzobispo Juan de San Clemente instaló en 1588 un osario con materiales reaprovechados para ocultar clandestinamente los restos apostólicos y protegerlos del ataque de la flota inglesa al mando de Francis Drake con el propósito declarado de profanar las reliquias, consideradas como principal emporio de la superstición papal. El ataque fracasó pero las reliquias no fueron repuestas a su lugar original, temiendo que se reprodujera la situación y quizá con el propósito de que los restos apostólicos quedaran ocultos a cualquier deseo de trasladarlos a otro lugar. No sería hasta el siglo XIX, con el redescubrimiento de los restos del Apóstol Santiago tras meticulosa excavación del presbiterio catedralicio, cuando se decidió dotarlo de la actual cripta para depositar el arca de plata con las reliquias de Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro.

          La Capilla de la Magdalena como confessio de los peregrinos y altar para la celebración de las misas matinales que cita el Calixtino, guardaba pues la más absoluta normalidad litúrgica de dedicar estas funciones a un lugar propicio para la ubicación de un altar de prima, misas pro populo, sencillas y apropiadas a los fieles y los peregrinos, en vez de las complejas liturgias del cabildo compostelano reservadas al altar mayor. La catedral tenía unas horas determinadas para el culto al Apóstol, que al igual que los oficios reservados a laicos y peregrinos eran los de la misa matinal, y así la capilla de la Magdalena además tenía la funcionalidad de sacristía catedralicia durante toda la Edad Media, conforme a la normal articulación del presbiterio en dos altares y su clara organización funcional de los templos del románico europeo. Se trataba sin duda de un espacio cerrado dotado de las medidas de seguridad propias para proteger el tesoro sagrado que, como sacristía, custodiaba en su interior. De hecho, un pasaje de la Compostelana recoge el conflicto hostil de Gelmírez con los burgueses de la ciudad que obligó al prelado a refugiarse en el altar del Apóstol bajo su baldaquino, cerrando las rejas y protegiéndose en la capilla de la Magdalena, obligando a sus agresores a subirse a las tribunas de la catedral para lanzarle objetos contundentes, ya que desde ras de suelo no podían agredirle para darle muerte.

          La presencia de un cuerpo santo condicionó por tanto la configuración u organización funcional del templo de peregrinación, y generó la aparición de ritos vinculados al culto del santo motivadas por el afán de contacto directo con las reliquias. La situación en Compostela era que las reliquias no se podían ver ni tocar, pues el cuerpo apostólico se localizó en un sepulcro del subsuelo del altar mayor, inaccesible tras la reforma de Gelmírez, lo que hizo necesario otro tipo de paraliturgia que cubriera las aspiraciones de los peregrinos al llegar a la basílica del Apóstol. Así es como surge el rito del abrazo, en el contexto de la misa matinal en la capilla de la Magdalena, que por tanto estuvo largamente relacionada con el culto peregrino medieval. El rito debió iniciarse algún antes, quizá durante el mismo obispado de Gelmírez, pero se consolida y documenta en el siglo XIII. Los peregrinos iban, a través de los brazos del transepto hasta el altar mayor de la catedral protegido por sus sólidas rejas hasta las que se acercaban los fieles, que se abrían entonces para permitir su acceso a la capilla de la Magdalena que, sin mención expresa, hacía la función de confessio de los peregrinos. Un toque de campana anunciaba el próximo comienzo la misa de prima matinal, entonces se abría el altar mayor para su adoración y la asistencia a la misa de prima; después de ésta, el altar quedaba abierto para la recepción de limosnas hasta la hora de comer, en que era cerrado. Después se reanudaban otros turnos de tarde para ampliar la recaudación.

          Además de visitar el altar mayor y asistir a la misa de prima, los peregrinos tenían la oportunidad de entrar en contacto con objetos jacobeos de carácter espurio, vinculables al mundo de la peregrinación, como un bordón, un cuchillo, un capelo, un morral y una corona, que fueron motivo de juegos y chanzas y no alcanzaron mucho valor ritual. Pero se relata cómo accedían mediante una escalera de madera hasta un piso superior, una especie de tribuna habilitada sobre el muro de separación entre el altar mayor y la capilla de la Magdalena, donde se accedía a una figura sedente del Apóstol a la que se daba el célebre abrazo por la espalda, como todavía se acostumbra a hacer en nuestros días. No hay certeza plena de cuándo comenzó la tradición del abrazo a la figura de Santiago, aunque se deduce que este hábito debió nacer con la instalación de la imagen de Santiago, datada en el siglo XIII, debió ser en este momento cuando se comenzó a practicar el rito, que terminó siendo de gran fuerza, supliendo la ausencia del contacto directo con las reliquias, en modo que el abrazo constituyó un acto físico de materialidad tangible que estrechaba el lazo entre la cotidianidad del peregrino y el deseo de contacto como culminación de la peregrinación. El rito de subir a la tribuna, ascender a encontrarse con el Apóstol y descender luego a una nueva realidad lograba una sensación de plenitud que suplía con éxito la falta de presencia tangible de las reliquias.

          El espacio que ocupó la capilla de la Magdalena pasa hoy casi desapercibido al visitante pues permanece como un pequeño hemiciclo cerrado e inaccesible tras el altar mayor (trasaltar), aunque podemos visualizarlo bien desde las escaleras que suben al camarín donde se sigue realizando con secular tradición, el rito del abrazo a la imagen del apóstol. A media subida si dirigimos la mirada hacia abajo y a la derecha veremos bien identificado con una verja metálica y cubierto con un cristal, el recinto donde se redescubrieron las reliquias de Santiago en 1879, tras las pertinentes prospecciones arqueológicas. También puede apreciarse la capilla desde el deambulatorio de la girola en su parte central, desde donde se tenía acceso visual a un vano en el muro posterior de la sepultura jacobea que guardaba los restos del apóstol en el siglo IX. Este muro tuvo durante siglos gran valor para los peregrinos, pues definía un espacio de gran proximidad a la sepultura que contenía los sagrados restos, y allí permanecían en oración, pudiendo confesar y comulgar, lo que constituía una forma de contacto virtual con las reliquias, lo que se reforzaba con el rito del abrazo a la figura apostólica. Con la reforma del siglo XVII el lugar quedó un tanto más cubierto, y para ornamentar el lugar se colocó un retablo barroco de 1671 que representa la traslación del cuerpo de Santiago y su sepultura en Compostela, que debajo deja una obertura que permite un contacto visual inmediato con el espacio sepulcral, marcado con una estrella que muestra con precisión el lugar original del sepulcro jacobeo. Este espacio hoy inaccesible y conocido como trasaltar, está enmarcado y cerrado por muros de grandes vitrales engalanados en bronce, fundidos en Ferrol en 1818; los angelito que rodean el trasaltar por su parte alta, en su mano extendida portaban lámparas que iluminaban este espacio que sin embargo hoy suele pasar desapercibido a los peregrinos y visitantes, en contraste con la importancia que encierra y el altísimo valor que tuvo para el peregrino durante siglos. Se entiende en parte que la importancia del lugar haya quedado hoy relegada, por cuanto tras el redescubrimiento de los restos se procedió a la reapertura y acondicionamiento de la cripta sepulcral en el subsuelo del presbiterio, con la urna de plata de las reliquias, habilitando un lugar para la oración y el culto. La bajada a la sepultura jacobea y la subida al camarín del apóstol y el rito del abrazo que ha perdurado a lo largo de los siglos, constituye una culminación idónea del culto jacobeo.

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