20- Dialogo y Canto de Estella a Torres del Río

          Los veintinueve kilómetros que separan Estella de Torres del Río no son suficientes para contener las emociones y vivencias de la jornada. He iniciado la marcha muy de madrugada para salir de Estella aún de noche, tras un rápido desayuno. Eso me permite brindar en la fuente del Vino de Ayegui cuando la luz acaba de instaurarse, un brindis sobrio, que no eran horas para más. Tomo luego la ruta que conduce a Ázqueta, donde almuerzo en el bar de la hija de Pablito de las varas. Pronto saldrá mi padre y se sentará en el banco de la plaza, me dice. En efecto, Pablito, aunque casi recién sentado, parecía que estaba esperando y tuve la sensación de que era a mí a quien esperaba. El ya venerable Pablito es uno de esos personajes con el que conviene detenerse un rato y dialogar. Sin saber cómo estoy entrando en su casa, sellándome la credencial, contándome sus cosas como quien enseña un pequeño museo. Una piedra singular, un árbol que parece un elefante con la trompa en ristre, sus varas, sus calabazas, sus lecciones de cómo caminar en cuatro tiempos con el bordón en mano, y sus dosis de afecto al peregrino que recibo con más ganas que el bocadillo de su hija. Allí quedó Pablito con su sabiduría rural y peregrina esperando otros caminantes que requieran sus palabras y quizás un nuevo bordón de avellano.

          El aljibe medieval o fuente de los moros, que saciara en el pasado la sed de multitud de peregrinos, será lugar idóneo para una foto; y tras Villamayor de Mojardín vendrá un largo tramo que se anuncia sin poblados en que el Camino se endereza y se estira como un chicle, aunque por fortuna amenizado en su mitad por el bar remolque de Eduardo. Llego a la plaza porticada de Los Arcos a buena hora para comer en una de sus muchas terrazas bajo unas sombrillas que protegen de un sol intenso; pero a pésima hora para visitar la Iglesia de Santa María, cerrada, y que queda sin poder visitar. En el camino quedan sin ver cosas que se anuncian de interés pero que no están disponibles en ese momento. Habrá que volver. Salgo por la Puerta de Castilla y pronto paso frente al cementerio local, con una emblemática leyenda que a nadie deja indiferente:

         Pues será lo que tenga que ser, pero mi camino hoy sigue hasta Torres del Río, que termina por aparecer en lontananza; un poco cansado y aunque sabedor de que el objetivo de hoy está ya bajo mis pies, cuesta subir por sus empinadas calles hasta llegar a su joya arquitectónica, la Iglesia del Santo Sepulcro, emblemática iglesia del siglo XII.

          Tras hospedarme y asearme, acudo a la visita programada con quien permite el acceso al templo. Al visitar el lugar se me escapan adjetivos de admiración que la lugareña agradece, pues dice que otros peregrinos protestan porque se les cobre un euro por ver esa birria. Que disparate, lo que tengo ante mis ojos es un tesoro de la arquitectura, de la historia y del arte.

La iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río, capilla funeraria, faro del Camino de Santiago y monumento de singular perfección arquitectónica, podría haber sido, según algunos historiadores, obra de los caballeros del Temple, extremo no confirmado que otorga cierto misterio a esta obra que imita el templo del Santo Sepulcro de Jerusalén. De planta octogonal, este templo adapta los conocimientos islámicos a la constructiva cristiana, en una singular muestra del arte medieval, en que la horizontalidad y grosor del románico, se conjuga con una estructura de concepto vertical cuyo interior se corona por impresionante bóveda de nervios entrecruzados de estructura califal que recuerda el arte hispanomusulmán de la Mezquita de Córdoba.

          Funcionalmente ligada al Camino de Santiago, fue faro de peregrinos orientándoles con la luz de la linterna que corona el edificio, y el entorno circundante sirvió además como cementerio de caminantes. En su sobrio acabado y su perfecta armonía externa se diferencian claramente tres cuerpos superpuestos y separados por molduras flanqueadas por columnas y un bisel de fuerte relieve que rodea todo el edificio. El primer cuerpo o tramo es ciego y en su lado sur muestra una puerta única de medio punto. En el segundo cuerpo tramo, están los arcos apuntados muy abiertos y dos ventanas de medio punto, estrechas pero muy decoradas. Y en el cuerpo superior, se abren los ocho ventanales de medio punto, con columnas laterales, capiteles con decoración vegetal y arcos abocelados, que iluminan la cúpula interior.

          En el lado occidental completa la estructura una torre cilíndrica con husillo semicircular de subida en escalera de caracol hasta la cubierta, y sobre el tejado de ocho aguas, se alza una linterna también octogonal que reproduce en miniatura el propio cuerpo del templo, y en la que un candil alumbraba durante la noche. Se trata de una iglesia-linterna de difuntos, como Santa María de Eunate, ubicado en el mismo camino a Compostela; en ambos templos la estructura superior haría las veces de faro nocturno para los peregrinos. Su exquisita configuración románica se observa tanto en su exterior como en su interior en ventanas, arquivoltas, impostas, ménsulas o capiteles.

          Entramos en su interior por su puerta de medio punto y al elevar la mirada sobresale su espectacular cúpula en bóveda de ocho nervios entrecruzados que corona el conjunto, cubriendo el cuerpo octogonal y dejando libre la clave de la bóveda, solución manejada ya en el siglo X en la arquitectura hispanomusulmanas de la Mezquita de Córdoba, dibujando una estrella de ocho puntas iluminada por una luz tenue que se filtra por las celosías, logrando una cúpula de admirable originalidad que permite conjeturar que el monumento hubiese sido construido por artesanos mudéjares que habrían llegado a Torres del Río desde la orilla del Guadalquivir.

          En su lado oriental está el ábside cilíndrico de noble interior y bien iluminado en comparación al resto del templo, en señal de que allí se custodia lo principal del templo: una venerada talla románica de mediano tamaño (98 centímetros) con la efigie de un Cristo crucificado, del siglo XIII, conocido como el Santo Cristo de los Caballeros del Sepulcro, con corona real y cuatro clavos, dotada de cierto realismo y notable calidad. Conviene apreciar el conjunto desde cierta distancia, y luego acercarse lentamente a la imagen para admirar la desgarradora fuerza expresiva que conmueve.

          El interior también contiene delicadas columnas y capiteles de influencia morisca que reproducen monstruos y centauros, pero destacando los capiteles del arco triunfal con motivos relacionados con la advocación del templo: al norte una escena del descendimiento de la Cruz, y al sur el sepulcro vacío y las tres Marías ante él. En lentas deambulaciones circulares navego por el templo y voy desgranando detalles; descubro un sillar falso que parece hacía las veces de caja secreta de documentos y valores. Reparo en el altar donde se muestra, plastificada una oración al cristo crucificado. Y viene a mi memoria un canto sacro que entono con emoción y descubro que si el canto lo he iniciado yo, ahora es el propio templo el que canta y amplifica las ondas sonoras, haciendo navegar el sonido sagrado entre sus muros y columnas, entre sus molduras ajedrezadas y sus capiteles ornamentados, rodea caprichoso la talla del Cristo crucificado, contornea su rostro y asciende luego solemne hasta la grandiosa y califal bóveda, insinuándose entre las celosías que dan cabida a una luz tenue que se mezcla con el sonido y se apaga finalmente en un silencio sonoro: 

Christus factus est pro nobis obediens
usque ad mortem, mortem autem crucis.
Propter quod et Deus exaltavit illum et dedit illi nomen,
quod est super omne nomen.

Cristo se hizo por nosotros obediente
hasta la muerte, y muerte de Cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le dio el Nombre
que está sobre todo nombre;

          Algunos peregrinos que me acompañan en la visita alaban el momento de levitación de los sentidos, pero no es mío el mérito, que el encanto de ese templo milenario es el autor del fenómeno, yo solo soy un testigo privilegiado.

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3 respuestas a 20- Dialogo y Canto de Estella a Torres del Río

  1. clinete@lacativa.com.br dijo:

    Magnifico!

    Clinete

  2. Karlos dijo:

    Alberto, ¡¡¡ SUBLIME !!!

  3. antxon dijo:

    Preciosa descripción, da pena que se termine.

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