19- Camino de Cruces y Aquelarres entre Roncesvalles y Burguete

          Empieza a clarear el día cuando, tras un buen desayuno en la Posada de Roncesvalles, inicio la jornada peregrina de hoy. Junto al cartel que anuncia los 790 km a Compostela intercambio cámara con un peregrino en bici vascofrancés, yo le fotografío a él, y el a mí, y queda su bicicleta como testimonio común de ambas instantáneas. Será el primer tramo de esta jornada en el que ahora quiero atender expresamente a la presencia de dos cruces de piedra y entre las dos, un denso bosque lleno fuerzas dormidas que contemplan mi paso con benevolencia.

        Ambas cruces vienen a marcar el comienzo y el final del llamado Bosque de Sorginaritzaga o Robledal de las Brujas por el que transcurre el Camino de Santiago entre Roncesvalles y Burguete. Un cartel casi al final de la floresta nos explica la razón de este apelativo: “En este bosque, cuyo significado es Robledal de las Brujas, fue donde se celebraron algunos de los más conocidos aquelarres del siglo XVI, que motivaron una sonada represión que acabó por llevar a la hoguera a nueve personas de la zona”. Este enjambre de árboles, matojos y helechos constituyendo un espeso manto vegetal por el que inicio a sumergirme, fue escenario, en siglo XVI, donde se celebraron afamados aquelarres y conciliábulos de brujas, nigromantes y hechiceras de los que las crónicas dicen que festejaban con disipación y desenfreno su pandemónium revestidos con feos ornamentos negros y sucios, untándose el rostro y los brazos con ungüentos maléficos, comiendo víctimas inmoladas en sus liturgias negras, cantando y entonando sones y ritos pérfidos, crueles y malsonantes, que acompañaban de danzas macabras y voluptuosas, que culminaban con una orgía mancomunada ayudándose de la desinhibición y osadía que provocaban con el consumo de plantas en infusiones, pócimas y brebajes de poderes alucinógenos y afrodisíacos: estramonio, mandrágora, beleño y belladona. Las pesquisas y redadas inquisitoriales motivaron persecuciones, detenciones y quemas en la hoguera de las brujas, entre Roncesvalles y Burguete, entre otros lugares de Navarra. En la iglesia de San Nicolás de Bari de Burguete permanecerían colgados los «sambenitos», como símbolos de la infamia.           Al franquear aquel exuberante boscaje, en otro tiempo aislado, de difícil acceso y asiduamente cubierto de neblinas y brumas, se intuye en el ambiente un husmo mágico que traslada nuestro inconsciente al ámbito de aquellos supuestos excesos perversos y aquellos castigos expiatorios. Con el fin de purificar el lugar y dotarlo de una protección divina, se levantaron algunas cruces y acaso sea este el origen de la Cruz Blanca que encontramos al final del bosque y a la que luego me referiré. Pero cuando el peregrino llega hasta allí, aunque la distancia no es mucha, es lo suficiente para comprender que la magia que rezuma este bosque no tiene nada de maldita, que sin duda fue la imaginación malsana de algunas gentes quienes atribuyeron poderes maléficos y acciones perversas a aquellas simples curanderas que vivían en tales parajes aislados, donde recogían sus plantas y elaboraban sus remedios medicinales. Fue la inventiva resentida y envenenada la que avivó la persecución y la hoguera. Hoy el peregrino, inhalando la magia pacífica y bienhechora de aquel bosque entre aquellas dos cruces cargadas de sabor y de historia, descubre la paz salvaje de la naturaleza de aquellos contornos.

          Este tramo de ensueño entre Roncesvalles y Burguete que Ernest Hemingway catalogó como «el territorio más malditamente salvaje de los Pirineos», es un lugar de fascinante belleza e historia, pueblos nacidos al calor del Camino de Santiago para dar servicio a los peregrinos que llegaban de Europa atravesando los Pirineos. A su paso dejaron miles de historias que se suman al pasado fulgurante de estas tierras, por las que desfilaron las legiones romanas en sus campañas hacia Hispania o donde los vascones derrotaron a Carlomagno en el siglo VIII.

          Saliendo por el sur de Roncesvalles hacia Burguete y apenas a trescientos metros de dejar a nuestra espalda su Real Colegiata, aparece la primera de las dos cruces, en el borde oriental de la carretera de Francia encontramos este crucero gótico conocido como Cruz de los peregrinos, también llamada “Cruz Vieja”, enmarcada entre robustas hayas y habitualmente en penumbra. Ocupa ese emplazamiento desde que en 1880 decidiera colocarla allí el Prior don Francisco Polite, lugar de oración, recogimiento y marco mítico y sacro para dejar recuerdos, signos y pequeñas cruces improvisadas, al igual que sucede en otros lugares del Camino.

          Este no era su emplazamiento ni su conformación original, pues la cruz actual, junto a algunos elementos modernos, incluye materiales más antiguos a su reubicación, lo que nos habla de que encierra valores históricos anteriores. Bien merece conocer detalles de su diseño y de sus valores artísticos e históricos.

          Sus elementos se conjugan hoy a partir de piezas de tres distintas épocas. Su base se forma por un rústico podio cuadrangular de tres niveles a modo de pequeña escalinata sobre la que apoya una columna prismática rectangular de poca altura de construcción probablemente moderna, quizás del siglo pasado. A la columna se adosa un capitel del renacimiento barroco de mediados del siglo XVI. Finalmente la cruz propiamente dicha que corona el monumento con molduras sencillas y extremos florenzados, es decir, que sus extremidades acaban en forma de cabeza de flor de lis.

          El capitel parece estar vinculado a la fundación de la Colegiata. Contiene dos rebajes, uno a cada lado, en donde hay labradas dos figuras en bajo-relieve de cabezas coronadas, que una porta una espada y la otra un libro, lo que sugiere tratarse de un matrimonio real, muy posiblemente los fundadores de la Colegiata, Don Sancho VII el Fuerte y su consorte Doña Clemencia.

          La Cruz florenzada es de forma griega, de brazos iguales rematados en flor de lis. En el centro figura un Crucificado de forma hierática, grave, rígida y sin expresión, de brazos rectos y cabeza levantada, de formas desproporcionadas y algunas características que permiten situarlo antes del siglo X. En la parte inferior de la cruz, hay labrada una imagen de la Virgen también con signos que revelan una notable antigüedad. La cruz descansa sobre un baquetón rectangular a modo de pedestal, y con una inscripción considerada de lectura imposible por su desfiguración con el tiempo. El canónigo de Bayona Jean Baptiste Daranatz hizo un fotograbado de la misma que permitió mejor análisis e interpretación.

          Se trata de letra monacal, es decir gótica de los siglos XIII, XIV y XV, que como era costumbre en la época usa con mucha frecuencia las abreviaturas y palabras cortadas, y cuyo estudio paleográfico orienta a que su traducción puede guardar una relación carolingia, según Agapito M. Alegría: «Esta Cruz se colocó en otro tiempo por Carlo Magno en la casa-hospital de Jesucristo situada en Ibañeta». El mensaje es por tanto muy posterior a la cruz, pues aunque sobre la inscripción figura la leyenda ANO MCCCLXVI (año 1366), los rasgos arqueológicos son claramente anteriores al siglo XIV, con signos evidentes de tratarse de una cruz románica o bizantina, y se trataría en tal caso de la cruz que Carlo Magno mandó colocar en la cumbre de Ibañeta a fines del siglo VIII o principios del IX, la llamada «Crux Caroli». Crónicas de siglo XII cuentan que en Ibañeta hubo un Monasterio benedictino que daba asistencia peregrina, y que muy cerca de este cenobio, estaba la cruz de Carlo Magno, y otros textos medievales orientan hacia que la Cruz fue trasladada del Hospital de Carlo Magno en Ibañeta al lugar que hoy ocupa en las proximidades de Roncesvalles; era pues oportuno que en este traslado se consignara su procedencia y esto es lo que parece decir la inscripción.

          Otras interpretaciones menos románticas consideran que las dos figuras que la cruz representa corresponden a un matrimonio que impulsaría el monumento en el siglo XIV y que a ellos aludiría la inscripción señalada cuya traducción a su juicio: “Esta obra fizo facer donna Pia de Yaurrieta …. Anno Domini MCCCXXI”. No encaja, desde luego, que las figuras sean coronadas, lo que sugiere que se trata de figuras reales, por lo que la idea de que sean del Rey don Sancho y su esposa parecen tener mayor fundamento. En todo caso el capitel y la propia cruz son de épocas distintas por lo que, con independencia del mensaje de la inscripción, creo aceptable la propuesta de los autores que se decantan por que la cruz es la de Carlo Magno.

          Fue llamada «Cruz de los Peregrinos» porque a su vera corría la antigua calzada romana, la Vía Aquitania que iba de Burdeos a Astorga atravesando los Pirineos entre San Jean-Pied-de-Port y Roncesvalles por los puertos de Cize, que aun se conserva en algunos trozos, camino directo de las peregrinaciones que de España se dirigían al sepulcro del Apóstol Santiago. Algunos autores encuentran fundamentos en pensar que esta era Cruz que mencionaba el Calixtino como lugar de descanso de los peregrinos que, a su alrededor, dejaban cruces adornadas con reliquias y conchas marinas que les servían de báculo y de distintivo, y pasaban al Hospital donde eran confortados; así lo dice el antiquísimo códice manuscrito en Roncesvalles en el siglo XIII «La Preciosa», un valioso poema latino que habla de la peregrinación y la asistencia dada al peregrino tras el paso de los puertos de Cize. La fama de este hospital corrió todo el mundo y a los peregrinos se les indicaba como lugar de descanso dándoles por señal la Cruz de Carlo Magno que no tardó en llamarse por este motivo «La Cruz de los Peregrinos». Las ruinas de la cabecera del antiguo monasterio-hospital han sido en 2017 localizadas por un equipo arqueológico, junto a la actual capilla de San Salvador de Ibañeta. Cerca de estos contornos es donde debió caer, mortalmente herido, Roldan, según cuenta la leyenda de Gesta, en el momento de dar aviso a Carlo Margo con su olifante. En aquellos contornos, cerca de donde ahora se conserva su monolito, es donde Carlo Magno recogió los restos de su sobrino y lugarteniente, levantó un templo y puso allí la “Crux Caroli”. A menudo, como ocurre en Compostela, los hallazgos arqueológicos vienen a conceder una importante verosimilitud a lo que la leyenda mitifica.

          Abandonados y destruidos el hospital y Monasterio de Ibañeta, también desaparece la Cruz en el siglo XVI, aunque luego Oihenart, en el siglo XVII, la sitúa de nuevo donde ahora está la Capilla de San Salvador de Ibañeta. En 1748 también la menciona el peregrino francés Jean de Bonnecaze de Pardies, quien ante la impresión del lugar se aprestó a rezar “una oración por los cristianos muertos en lugar tan memorable”. Un nuevo monumento sustituirá el precedente bajo la advocación de San Salvador. En algún momento es recompuesta y trasladada a la Colegiata de Roncesvalles al ser esta fundada, en modo que la venerada Cruz, o lo que quedó de ella, fue recompuesta y trasladada a Roncesvalles y finalmente a su último y actual enclave. Sea o no la cruz original, guarda enteramente su memoria y el aprecio de los peregrinos que, aún hoy, la visitan y dejan sus modestas e improvisadas cruces de palo a sus pies, tradición que debió nacer en aquellos lejanos tiempos del Monasterio-Hospital y Cruz de Carlo Magno.

        El origen de la Cruz de los peregrinos, antes Cruz de Carlos, engarza pues con ciclo rolándico, y la figura de la espada del lugarteniente y sobrino de Carlomagno, clavada en tierra en forma de cruz junto al olifante y muchos otros detalles emblemáticos terminarán por tejer la leyenda y los cantares de gesta fijaran por estos contornos el lugar donde murió Roldán. La Chanson de Roland, ha dejado por estos contornos entre Roncesvalles y Burguete bastantes mitos y leyendas, y este será también el significado que se da a la segunda cruz del lugar, llamada Cruz Blanca seguramente por el color de su piedra original, y que antes fue mencionada con significado de purificación de los malignos aquelarres en el bosque, explicación que parece la más sólida y coherente, aunque algunos quieran vincularla a la tradición carolingia.

          Según una creencia popular tardía muy extendida en Francia, este crucero marcaba el punto de la muerte y enterramiento de Roldán, el lugar en el que descansaban los restos y la memoria del mítico caballero, por lo que se le llamó también Cruz de Roldán. Se trata de una Cruz de término en la que realmente nada indica que haya que relacionarla con un pasado carolingio. Así piensan también los historiadores especializados que lo descartan por completo. Pero lo cierto es que a finales del XVIII, en que ya fuera gravemente dañada por un rayo, fue poco después destruida por las tropas revolucionarias francesas, que se habían tomado la leyenda al pie de la letra, le dieron el golpe de gracia, queriendo así eliminar un símbolo de la derrota de sus antepasados ante los vascones.

          Se instalaría en el siglo XVI y desapareció a finales del XVIII, para volver a levantarse con nuevos materiales en el año 2006, de modo que es un monumento de nueva factura. En ese año una iniciativa popular con el patrocinio del gobierno navarro, llevó a cabo la recuperación del antiguo monumento, con un diseño que recuerda al de los tradicionales cruceros de caminos.

          Al salir de aquel bosque encantado que se nos hace corto, hemos aprendido algo que nos va acompañar en todo el Camino hasta Santiago de Compostela, que dos mundos conceptualmente tan distintos como el mundo sagrado de la devoción y de la fe, camina junto al mundo pagano, que no son mundos diferentes sino complementarios como caras de una misma moneda. Lo sagrado y lo profano se dan la mano en el Camino de Santiago. No debemos priorizar una cara sobre otra, sino atentos a ambas, porque si creemos que son distintas y priorizamos una sobre otra, sea cual sea la que elijamos, nos quedaremos sin conocer una parte del Camino. 

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