El órgano, como ocurriera con el antiguo organistrum, es un instrumento muy adecuado para la música sacra, por su sonido envolvente y armónico, idóneo para arropar, acompañar, alternar o sustituir a la música vocal. Además el gran órgano de tubos, va incorporando elementos de grueso calibre y elevado peso, que le dan gran dimensión y requieren una ubicación estable y un ámbito acústico amplio, y nada mejor que los grandes espacios de los templos, monasterios y catedrales para ubicar estos grandes mastodontes de la música. Aunque desde su origen existe formas portátiles y manejables, adaptables al ambiente profano, la búsqueda de su sonoridad solemne y misteriosa le ha hecho aumentar las dimensiones de su estructura y el calibre de sus tubos, y asociado muy especialmente a la música eclesiástica.
Su habitual monumentalidad les convierte en una obra de arte integral, al añadir a los valores musicales, los de la escultura, la pintura y el arte ornamental de sus cajas y la estética de sus tuberías, lo que le convierte en una parte estructural importante en los grandes espacios catedralicios. Cada órgano tiene su idiosincrasia que requiere la configuración específica de sus elementos sonoros, lo que les confiere una identidad sonora y arquitectónica. Cada órgano insufla su alma al espacio al que se incorpora, que cada organista debe comprender y dominar para gobernar con sabiduría los fluidos aéreos que, impulsados por el corazón hidráulico o neumático de su mecanismo de fuelles, serán proyectados por el bosque de tubos que convertirán su aliento vital en vibraciones sonoras que navegarán entre las columnas y naves de las basílicas o salas de conciertos que los albergan, que pasan a ser su caja de resonancia y parte del mismo instrumento.
La tradición organística de la catedral de Santiago se remonta al siglo XIII, pero las huellas documentales datan del primer tercio del siglo XVI, en que el organista veneciano fray Dionisio Memmo que procedente de San Marcos (Venecia) y de la corte de Enrique VIII (Londres) donde fue uno de sus músico favoritos, peregrinó a Santiago, y sin que el Cabildo le llamara, inició una colaboración con la catedral como organista y como organero, hasta quedar constancia escrita de que el órgano por él construido era “el mejor que en España se pudiera hallar”. La colaboración debió ser muy satisfactoria para ambas partes porque Memmo siguió en Santiago hasta su muerte.
Los órganos barrocos del templo del Apóstol fueron promovidos por el arzobispo Monroy y diseñados por el arquitecto gallego Domingo de Andrade. La ejecución de los instrumentos corrió a cargo del organero Manuel de Viña, en colaboración con el ensamblador A. Alfonsín y el escultor Manuel de Romay, a quien se debe la decoración exterior de las cajas. La construcción del segundo de los órganos finalizó en 1712 y ambos fueron objeto de importantes reformas en 1777. Cuando el coro capitular estaba en el centro, formaba junto con los órganos y la capilla mayor un conjunto continuo único del siglo XVII, del que nos quedan los dos órganos.
Desde entonces recibieron los cuidados de organeros famosos, como Martínez de Montenegro, Ortega, Alaraz, los Machado, M. de Mernies, Manuel de la Viña y Mariano Tafall, este último autor del mejor Tratado de Organería publicado en España durante el siglo XIX. Posteriormente fueron reformados por los organeros zaragozanos Roqués, autores de los tubos que aún hoy componen las fachadas. En el siglo XX las reconstrucciones fueron realizadas primero por Lope Alberdi y, años después, por la empresa Organería Española, que procedió en 1947 a la primera electrificación, que unificó los dos cuerpos del órgano en una sola consola. Fue en 1977 cuando el cabildo compostelano decidió la construcción de un nuevo órgano, aunque conservando las fachadas anteriores y encargó la obra a Mascioni, que fusionó en uno sólo los dos órganos fabricados por Manuel de la Viña en 1708 y 1712, y que se asientan a ambos lados de la nave mayor del Templo, apoyados en las columnas del coro de siglo XVII. Fue inaugurado el 17 de marzo de 1978 por Erich Arndt, entonces organista de la basílica de San Pedro, en el Vaticano. El instrumento actual, con motor eléctrico, dispone de tres teclados y pedalero, así como de 59 registros que permiten abordar cualquier repertorio moderno o contemporáneo.
Tras la revisión realizada en el 2005, en que se dotó de nuevos sistemas electrónicos, se ha realizado el último ajuste en el 2014, en que se desmontó el órgano para proceder a la restauración y limpieza de las cajas barrocas originales que lo albergan y sus elementos decorativos. El instrumento propiamente dicho requirió someterse a una revisión más profunda, con sustitución incluso de elementos deteriorados por su frecuente uso, intervención que se enmarca en el proceso global del Plan director de la Catedral, con un presupuesto de más de 60.000 euros.
El organista era un beneficiado más de la comunidad eclesiástica, y en lo musical, el segundo cargo en importancia después del maestro de capilla. La plaza se cubre por oposición tras una serie de exigentes ejercicios que deben superar y, además del organista titular o primer organista, el Cabildo solía mantener la plaza de segundo organista para, entre los dos repartirse las obligaciones que durante los años de existencia de la capilla de música incluía tocar en todas las festividades de primera clase, en las funciones extraordinarias solemnes, y siempre que asista la Capilla de Música.
Dentro del interminable repertorio, hay un momento en que es tradicional el acompañamiento del Órgano y sea por ello conocida la monumentalidad estructural y sonora de entre multitud de peregrinos: el Himno Oficial al Apóstol Santiago, cantado bajo el solemne acompañamiento del Órgano mientras el botafumeiro vuela por las naves transversales de la catedral al finalizar la tradicional Misa del Peregrino.