En las distintas ocasiones que he visitado México, siempre he vivido con especial emoción la plaza de Tlatelolco. Con este artículo quiero rendir homenaje a una tierra a la que quiero y admiro casi tanto como a la mía. No en vano se llamó en otro tiempo Nueva España, como expresión de que hay un intenso pasado compartido. Y esa herencia compartida es para siempre.
El título de este artículo es Santiago de Tlatelolco, en referencia al relieve de Santiago que preside la Iglesia de Santiago de esa plaza, el mal llamado Santiago Mataindios, como mal llamado fue antes Santiago Matamoros y llegó a llamarse después, Santiago Mataespañoles, porque el culto jacobeo y su significado protector caló tanto allí que lo hicieron suyo. Pero Santiago es «Matanada», y es sobretodo nexo de unión entre pueblos, nexo de fe, de cultura y de tradición.
La Plaza donde se halla este Santiago es la de Tlatelolco, ubicada en el centro de la Ciudad de México y llamada Plaza de las Tres Culturas, por el hecho de que los conjuntos arquitectónicos ubicados en su entorno provienen de tres etapas históricas diferentes: la Primera Cultura es la Cultura de Tenochtitlan, con pirámides prehispánicas de tiempos del famoso mercado que admiraron a los españoles; la Segunda Cultura es la Cultura española, representada por el templo católico de Santiago del periodo colonial; y la Tercera Cultura es la Cultura del México moderno, representada por la Torre de Tlatelolco y el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco.
Entrar en este amplio recinto es sentir de inmediato las huellas de la Historia que quedan allí reflejadas. El Tlatelolco prehispánico fue una fabuloso mercado de abastecimiento de todo tipo de productos y del que Bernal Díaz del Castillo, soldado de Cortés, dejó escrito un relato de admiración infinita ante las dimensiones, el gentío, la variedad de productos que allí se comerciaban, que hablaban de la grandeza del pueblo azteca: “tenían dos cercas de calicanto antes de entrar dentro, y que era empedrado de piedras blancas como losas, y muy encalado y
bruñido y limpio, y sería de tanto compás y tan ancho como la plaza de Salamanca”, “cada género de mercaderías estaban por sí y tenían situados y señaladas sus asientos”, “entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto”.
Fue también allí donde culmina la cruenta guerra entre aztecas y españoles. Una pasarela hace de puente a través del tiempo y une admirablemente las tres etapas, y al llegar a la parte alta de la pasarela encuentro una gran inscripción que recuerda la lucha entre aztecas y españoles; me agrada ver que habla no en términos
de vencedores ni vencidos, sino del momento del nacimiento de un pueblo mestizo. También encuentro una inscripción que hace justicia y honor a los estudiantes mexicanos que fueron allí víctimas de la intransigencia brutal que calló voces a disparos de muerte. Aquellas placas hacen honor a lo que no debe ser olvidado.
Finalmente llego a la Iglesia de Santiago de Tlatelolco, en cuyo interior se encuentra el relieve de Santiago que, quizás impregnado de las matanzas que la historia allí acumula, recibió el impropio nombre de Mataindios. Terrible visión de quién no solo jamás mató, sino que dio su vida en martirio por llevar la palabra a otros pueblos y unirlos en una misma fe.
La imagen de Santiago se muestra en un relieve en madera del siglo XVII de grandes dimensiones localizado en el ábside que representa a Santiago guerrero montando a caballo, y a los pies y a sus costados, indígenas y españoles cuyo análisis nos dirá mucho sobre la cultura mestiza.
La orden franciscana fue la primera orden en llegar a la Nueva España, y se estableció en Tlatelolco dedicándole la fundación a Santiago. Aquí se estableció en 1536 el Imperial Colegio de la Santa Cruz para la enseñanza de indígenas nobles. Primeramente, los franciscanos instalaron en Tlatelolco una humilde capilla que fue sustituida en 1540 y nuevamente en el siglo XVII por el templo actual.
La Iglesia fue construida por el fraile franciscano fray Juan de Torquemada. Su construcción duró siete años, y en ella colaboraron de manera muy significativa indígenas tlatelolcas, según el propio testimonio de Torquemada, quien elogió su trabajo desinteresado y aportando valiosos recursos propios. La iglesia y el retablo se dedicaron en 1610, tal como indica el historiador mestizo Domingo de San Antón Muñon Chimalpain Cuauhtlehuanitzin en su Diario: “Hoy sábado, al toque de campanas, por la tarde, 14 de julio de mil seiscientos diez años, siendo las vísperas de Santiago apóstol, se consagró el templo, cuando ya se acabó de edificar la iglesia de Tlatelolco, Y también entonces quedó colocado el nuevo retablo, al día siguiente, domingo, cuando fue la fiesta de Santiago, el 15 de julio. Entonces hubo alegría, se hizo fiesta en Tlatelolco, Así se inauguró la iglesia, la que terminó, vino a concluir con sus manos el padre Juan de Torquemada”. Los Anales de Tlatelolco, más escuetos, indican: «Este templo lo acabó el muy reverendo padre fray Juan de Torquemada…En verdad en siete años se acabó, vino a terminarse en 1610«.
El propio fray Juan no indica quién diseñó el retablo; pero da cuenta de los artistas que lo realizaron, Contó con un equipo de artesanos muy capaces, a quienes tributa un sentido elogio, pues dice: “Hay entalladores (y los había en su infidelidad) muy primos, en especial en esta ciudad de México, donde, con la comunicación de los españoles, se han perfeccionado y pulido muchos, de los cuales conozco muchos que hacen la madera de lo que se obligan los pintores españoles; y hay en esta parcialidad de Santiago (entre otros) uno, que ninguno de los nuestros le hace ventaja; y él excede a muchos. Llámase Miguel Mauricio, de mucho y delicado ingenio, con el cual, y con los otros digo haber en esta parte de ciudad, hice el retablo de este santo templo, que edifiqué en ésta, que es una de las mejores cosas del reino. Labran talla y escultura, así grande como chica, y hacen imágenes y santos de hueso, de mucha curiosidad y por serlo tanto los llevan a España, como llevan también los crucifijos huecos de caña, que siendo de la corpulencia de un hombre y mayor, pesan tan poco que puede llevarlos un niño de pocas fuerzas, tan perfecto, tan proporcionado, y devotos, que no pueden ser mejores.”
Además de los artistas indígenas, participó el célebre pintor Baltasar de Echave Orio, cuya maestría deslumbró al padre Torquemada, que lo califica de «único en su arte«. Él, seguramente, fue el autor del diseño del retablo; aunque siguiendo, tal vez, las indicaciones del padre Torquemada. El retablo indica el mismo fraile fue obra costosa “está apreciado en veinte y un mil pesos” dejando constancia de que hubo mucho trabajo por amor al arte y aportación graciosa de materiales.
El retablo resultó a entera satisfacción del fraile, de los artistas, de los fieles y de las autoridades, y así queda constancia escrita de su valía artística. Consta documentalmente que en 1700 el inmueble fue objeto de grandes obras de consolidación y renovación, aunque faltan informes que precisen su alcance y del que solo nos queda la litografía publicada por Ramírez Aparicio, como única fuente visual conservada hoy en día que permite apreciar la posible apariencia original del retablo. Debió tener lugar durante el último tercio del siglo XVII cuando la columna salomónica era el apoyo preferido de los maestros retablistas, que renovaron el retablo bajo los lineamientos de la nueva moda, pero conservando las antiguas pinturas y relieves. El retablo, tal como se observa en la litografía, contaba en sentido horizontal cuatro cuerpos y un remate y en sentido vertical contaba con ocho calles.
Desafortunadamente la litografía no permite precisar la distribución de los temas de las pinturas en el retablo; en cambio es muy precisa la iconografía de los relieves en la calle central. De abajo hacia arriba, en el segundo registro, se ve el magnífico relieve de Santiago mata indios, según lo denominó Francisco de la Maza. Arriba, en el tercer registro, se aprecia un Patrocinio de San Francisco con donantes; En el cuarto registro se ve un Calvario y, por último, en el remate está la figura del Padre Eterno; tal como se observa en otros retablos de la época.
Al parecer, durante gran parte del siglo XVIII, la iglesia no sufrió mayores alteraciones. Pero en 1763 fray Manuel de Nájera, comisario general de la Nueva España, según está indicado en una cartela del fresco que representa a San Cristóbal -sobre la entrada lateral de la iglesia- ordenó realizar algunos trabajos: «se retocó esta imagen y se blanqueó toda esta iglesia por dentro y fuera y se doraron de nuevo el retablo mayor y los dos laterales de sus pilastras«. En la litografía se aprecia una especie de baldaquino cuyas columnas clásicas permitirían suponer un arreglo de principios del siglo XIX, y ya no se procedió después a otras modificaciones.
El Diplomático y Académico don José Bernardo Couto, solicitó por entonces dos cuadros que sustituyó con copias, la Visitación y la Porciúncula que estuvieron primero en las Galerías de Pintura y, en 1964, al inaugurarse la Pinacoteca Virreinal de San Diego, pasaron a formar parte de sus fondos. De las catorce que posiblemente formaban parte del retablo, éstas serán las únicas pinturas que se salvarían para la posteridad, pues hasta las copias con las que sustituyo estos cuadros también desaparecieron, muchas de ellas muy probablente pintadas por el célebre pintor español Echave Orio.
Debido a la ley de nacionalización de los bienes del clero, en 1861 la Iglesia fue cerrada al culto, el convento de Santiago Tlatelolco, fue confiscado por el gobierno y destinado a cuartel; la iglesia quedó convertida en bodega de la Aduana, lo que produjo la paulatina degradación del inmueble y sus bienes artísticos: pinturas esculturas y retablos. Los cronistas de fines del siglo pasado señalan el aspecto sombrío del edifico y el estado de degradación y abandono en que se encontraba el mobiliario de la iglesia.
Todavía en 1927 la iglesia formaba parte de las oficinas de la Aduana y, gracias a la iniciativa de don Manuel Toussaint -el gran historiador del arte novohispano-, se logró que el conjunto fuera declarado Monumento Colonial en 1931 y protegido como Patrimonio Cultural. Pero no resolvió gran cosa la medida, pues el tiempo pasaba y el abandono persistía de modo que todavía en 1944 don Rafael García Granados dejaba escrito el lamentable estado de descuido y pérdida de bienes artísticos en lo que había sido monumento novohispánico y centro destinado a impartir la alta cultura a los indios para colocarlos en posición de alternar en todos los campos con sus conquistadores de la mano de insignes educadores españoles e indígenas. Por fortuna, las voces de los «intelectuales» se hicieron oír y el Estado aceptó sus propuestas. A partir de 1941 hubo interés por rescatar el magno edificio, empresa que ha conocido tres etapas: la primera de 1944 a 1948; la segunda de 1960 al 1964 Y la tercera de 1973 a 1975.
Del templo original de Santiago Tlatelolco finalizado en 1610 prácticamente solo sobrevive la pintura de San Cristóbal pintada en uno de sus muros y el relieve de Santiago que formaba parte central del retablo principal.

El relieve de Santiago que es conocido como “Santiago Mataindios” formaba, pues, parte de este importante retablo. Esta obra tiene una gran importancia al haber sobrevivido íntegra el paso del tiempo. Incluso, muchos años fue resguardada en la Iglesia de san Francisco y se regresó de nuevo a la Iglesia de Tlatelolco alrededor de 1950 una vez que ésta había sido reabierta al culto. A nivel de manufactura y de técnica el relieve también es de gran maestría dados los estofados y dimensiones que tiene y a nivel iconográfico, todo lo que le hace única en su tipo.
El Santiago relacionado con el de Tlatelolco es el Santiago guerrero originado a partir de las invasiones de los moros a España, que a partir del siglo XIII se representó montado sobre un caballo como un guerrero de la fe católica, interviniendo de manera milagrosa, en favor de los españoles en sus luchas contra los moros de donde deriva el término “Matamoros”, con un significado de protector militar. Dentro de este contexto Santiago llega a América y a la entonces Nueva España y, dadas las condiciones de conquista, se retomó su figura guerrera y protectora trasladando y adaptando la mentalidad medieval española a este nuevo contexto.
Los indígenas fueron adaptando como su propio santo patrono y era popular entre ellos, y adoptan su papel protector, conservándose narraciones en las que Santiago intervenía a favor de los indígenas, llegando a ser muy celebrado con fiestas, representaciones teatrales y danzas.
El relieve de Tlatelolco es conocido como “Mataindios” desde que Francisco de la Maza, investigador importante de arte colonial, lo describió así al regreso del relieve a Tlatelolco. En la época colonial no se tituló así a ninguna representación de Santiago ni se utilizó este término. Se conoce la autoría indígena del relieve, Miguel Mauricio, por relato del propio fray Juan de Torquemada, que habiendo llegado a temprana edad a la Nueva España y siendo muy estudioso, fue conocedor del náhuatl y tuvo relación cercana con los indígenas nobles y educados que frecuentaban el Colegio y la Iglesia, lo que permite concebir en el autor conocimiento de la tradición pictográfica prehispánica y formación hispana. Por ello el relieve mantiene similitudes con modelos europeos a la par que presenta signos prehispánicos propios de los códices precolombinos, en que la representación de cuerpos segmentados aludían a sacrificio ritual (y no a derrota). Es decir, que en este relieve se otorga un sentido distinto al que tenían los tradicionales moros dispuestos a los pies de Santiago.
A partir de esto se observa y se entiende mejor que Santiago no está enfrentando a todos los indígenas sino a los que se encuentran debajo del caballo, que pueden ser identificados como tlatelolcas-mexicas. Cabe recordar que al lado del jinete se encuentra un caballero que ha sido identificado como aliado y no como enemigo, lo que cabe entenderse así por la posición lateral entre españoles, por su actitud y por su expresión facial, a diferencia de los indígenas que están bajo las patas delanteras del caballo de Santiago.
El Santiago de Tlatelolco fue entonces en su tiempo una imagen que buscó expresar la evangelización y el papel de Santiago como protector de la fe, incluyendo también ciertas representaciones de tipo indígena en las que se le dio un nuevo significado a esta imagen, allí donde se conjugaron actores españoles e indígenas que pudieron haber ideado esta iconografía de acuerdo a sus fines. Posteriormente, en la Nueva España se retomó al Santiago guerrero como una figura protectora y poderosa sobre todo entre los indígenas.
La importancia de Santiago en Tlatelolco la vemos también en un cuadro del siglo XVIII en el que se representa una de las procesiones que se organizaban en su honor en esta zona. Hay constancia de que ya en Mayo de 1667, el alguacil mayor de la iglesia de Santiago de Tlatelolco solicita la autorización para organizar una procesión entre el convento franciscano y la ermita de Santa Ana y San Martín. Es decir, que más allá de la imagen del relieve de Santiago, existía todo un culto a Santiago en Tlatelolco y en la Nueva España que fue muy popular y que tuvo muchas variantes, festejos y danzas. Es por esto que es posible percibir al relieve como un testimonio histórico con un alto valor técnico que retrata una pequeña faceta del culto e imágenes que se desarrollaron en torno a Santiago y a una gran variedad de santos en la Nueva España.
Fuentes Consultadas:
José Guadalupe Victoria. Noticias sobre la destrucción del retablo de Tlatelolco UNAM. Revista Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas ISSN 1870-3062 Volúmen XVI, número 61, año 1990 pp. 73-80
Constanza Ontiveros Valdés. Las historias detrás del relieve de Santiago en Tlatelolco Posted in: Arte & Diseño, August 11, 2014
Constanza Ontiveros Valdés. Las andanzas de Santiago en la nueva España y la imagen del indio: Santa María Chiconautla Ad Limina / Volumen 4 / N.º 4 / 2013 / Santiago de Compostela /ISSN 2171-620X, pag 177-217 UNAM / FFyL / División de Estudios de Posgrado, 2012, 82 p. Asesor: Patricia Díaz Cayeros Tesis para obtener el título de maestra en Historia (del Arte) Clasificación: 001-01061-O2-2012
Javier Domínguez. Santiago Mataindios, la continuación de un discurso medieval en la Nueva España Nueva revista de filología hispánica, ISSN 0185-0121, Tomo 54, Nº 1, 2006, págs. 33-56