5- El peregrino de Fenosa entra en Compostela

          No fue la visión de las Torres de la Catedral lo que inundó mis ojos de lágrimas mientras entraba por primera vez en Santiago de Compostela como peregrino por el Camino Portugués con el que hice mi debut. Supongo que fue la emoción del primerizo; la cuestión fue que me invadió una emoción que ni supe ni quise controlar; fue magnífico comprobar que uno sigue sensible a sus emociones más intimas y que fluyen al exterior con espontaneidad.

IMG_0006          Era la última jornada del Camino Portugués. Había quedado ya atrás Padrón e Iria Flavia con su Colegiata de Santa María, desde donde el mismísimo obispo Teodomiro salio para descubrir el sepulcro de Santiago Apóstol al reclamo del ermitaño Paio. Me acompaña Jorge, un buen amigo santiagués que quiso acompañarme en este tramo.

abrazo de titanes          Las emociones y sobretodo la fatiga acumulada hace que la marcha sea muy pausada. En Milladoiro fue necesario un descanso de parada y fonda antes de acometer los últimos 8 kilómetros. Allí aconteció el abrazo de titanes con mi gaitero amigo, que salió para acompañarme y darme ánimos en este tramo. Al continuar la marcha pronto pasamos junto a una estación eléctrica y a nuestro paso suena una sirena. José Antonio levanta una mano en ademán de saludo: ¡gracias, gracias!, dice al vacío en alto con su voz grave y poderosa. Un tanto sorprendido le pregunto a que viene el saludo y las gracias. Me explica que la Unión Fenosa ha puesto un vigilante en una cabina de la estación y que IMG_0001 - copiacuando pasa un peregrino toca la sirena como saludo y reconocimiento. ¡joder, que detallazo!, comento sintiéndome destinatario del saludo de Fenosa. La risita grave y socarrona, sin más explicaciones, me devuelve a la realidad. ¡Coño, José Antonio, me la he tragado hasta el puño!, resulta tan bonito que merece la pena creerse. Riera contesta, con más benevolencia que burla: Alberto, eres un bendito y mereces el título de «Peregrino de Fenosa», habrá que hacer gestiones.

 62036_311-camsant.9-5(14)santiagodesdeelagrodosmonteiros       Agro dos Monteiros, el Monte do Gozo del Camino Portugués, nos regala la primera vista de Santiago y de las torres de la catedral. Cuanto mayor ha sido el castigo, el sufrimiento, y la fatiga, mayor es después el gozo. Una vez más me aproximo a descubrir esta regla del camino, y una vez más me va a sorprender y desbordar. A los pocos pasos se divisa Santiago en lontananza. A partir de aquí la emoción, más que la fatiga, se irá adueñando de mi cuerpo y de mi mente a medida que vamos entrando por sus inmediaciones. No tengo IMG_0010palabras ni quiero usarlas. Es momento para sentir y nada mejor que el silencio para dar cauce a las sensaciones. José Antonio abre camino y respeta mi silencio y mi emoción. El peregrino de Fenosa está entrando en Santiago llorando por la herida del pie, y llorando por los ojos de emoción y de alegría, rebasado por ellas como sentimientos que no se pueden controlar y que no dejan hablar. Nada hay que decir, de modo que ando, miro y siento, y en la medida que voy entrando en Compostela, Compostela va entrando en mí.

          IMG_0012Al pasar Porta Faxeira y enfilar rua do Franco, ya no hay cansancio ni dolor que valga. Los pies saben que el trabajo duro ya está hecho, que el esfuerzo que queda es puro trámite y entonces el dolor desaparece, la fatiga cesa y el gozo lo ocupa todo, y brotan los deseos de agradecer y de rezar. Suena la Campana de la Torre Berenguela que, como la estación de Fenosa, también me da su saludo peregrino. Siento subir a la gloria mientras asciendo por la escalinata del Obradoiro que me introducen en la catedral por su glorioso pórtico. Desde él los ancianos músicos despliegan fanfarrias de bienvenida. Santiago sedente me dice «pasa san daniel - copiaamigo Alberto, ya estás en casa», y el profeta Daniel desde su columna me mira y sonriéndome sin recato me dice: no hagas caso a nadie, la sirena de Fenosa sonaba en tu honor. Le creo, no tengo razón para no hacerlo, las primeras impresiones son las que valen. Los dos órganos de la catedral interpretan una obra hasta entonces no compuesta que nadie parece oír pero que a mí me hace flotar. El Apóstol Santiago me espera en el Camarín y cuando subo se anticipa a mi abrazo y es él quien me abraza. Dos amigos abrazados sobre el altar mayor. Bajo a la cripta y me integro en el ambiente de piedra orante y me siento de piedra mientras rezo y experimento la eternidad. Me invade un sentimiento de culminación, lloro de emoción y de emoción me río, y fluyen a mi mente mis familiares, mis amigos, mis ausentes… y termino sin pensar nada, saboreando el momento como ante un amigo ante el que nada hay que explicar porque ya sabe.

IMG_0004          Llevo aún el macuto en la espalda y el bordón en la mano. El camino aún está en mis pies, es parte de mí. Ante mí está la tradición misma es también parte de mí. A través mío el Camino y la Tradición se encuentran y se funden, se hacen consustanciales como el cuerpo y el alma, como el día y la noche, como el hidrógeno y el oxígeno conformando el agua, y el abrazo jacobeo entre el peregrino y el Apóstol, entre el Camino y la Tradición adquiere su significado más completo y consumado. Y en ese marco eterno de piedra siento la eternidad y descubro que también mi alma es eterna, y que sentir la propia eternidad es estar ante Dios. ¡He llegado al final del camino!.

          Pero… ¿Todo ha terminado?…. ¡que va!… ¡todo empieza!… mis amigos me esperan en la plaza de Platerías, frente a la fuente de los caballos… hay anécdotas que contar, alegrías que celebrar, emociones que compartir, motivos por los que brindar, y cosas importantes de que hablar, de planes para el futuro, quizá de nuevos caminos, porque hay que volver al camino, y hay que volver a Compostela, porque cuando se llega a Compostela como peregrino, Compostela forma parte de uno mismo, y uno mismo forma parte de Compostela…

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